VENTA de niñas en Chiapas: un drama latente e ignorado

Mariana Morales

Cd. de México (09 octubre 2022).- Han pasado 28 años desde que la indígena chol, Malena Pérez López, fue vendida para esposa a sus 11 años por tres kilos de alimentos a un tsotsil que le triplicaba su edad. Hoy que regresó a este municipio ve que la situación sigue como hace medio siglo, como cuando le pasó lo mismo a su mamá.

Malena -su nombre ha sido cambiado- ahora tiene 39 años, es morena, corpulenta, bajita de estatura y muy curiosa, como muchas mujeres de aquí prefiere hablar en castellano y usar la lengua materna solo cuando charla con las ancianas.

Dice que le gusta cocinar, es lo que le ha dejado dinero, lo aprendió desde niña cuando vivió y trabajó en una carnicería de este lugar, ubicado entre las montañas del norte de Chiapas.

Hay minas de ámbar a hora y media de aquí, ahí solía ir su padre, como muchos otros campesinos, a extraer artesanalmente la resina, hasta que el alcohol se apoderó de él.

Mientras su casa de tabla se caía, la milpa se secaba y los accidentados caminos las aislaban, una mañana, siguiendo «la tradición», la niña fue vendida como esposa a un hombre que abusó sexual y físicamente de ella.

Ese día escapó y llegó hasta la carnicería. La dueña le explicó que la venta de niñas era un delito, la indígena lloró, la mujer la abrazó, quiso huir, pero se arrepintió porque la despensa dada ya se la habían acabado.

Luisa Hernández es vecina de Malena, bajita, platicadora, de 20 años, madre soltera. Cuando se le pregunta si los matrimonios infantiles siguen pasando, mueve la cabeza de arriba hacia abajo. Ambas están sentadas en diferentes casas de cemento y techo de lámina ubicadas en la primera colonia del municipio.

«Conozco en la comunidad Francisco Villa, la niña a los 12 años la vendieron por dinero y un costal de maíz grande, la muchachita no quería», dice en voz bajita.

Los habitantes de Sabanilla no han dejado de ser pobres, ahora más de la mitad lo son, según la Secretaría de Bienestar federal.

La Secretaría de Igualdad de Género Chiapas, a cargo de María Mandiola Totoricaguena, dice vía Transparencia que para prevenir la violencia hacia las indígenas difundió campañas en radios locales y en lonas impresas, a través del proyecto AVGM/CHIS/M3/SIG/18, de junio a diciembre pasado, pero a este lugar nada llegó.

Asegura que brindó asesorías jurídicas, psicológicas, de trabajo social y foros para empoderar, sin embargo, las mujeres entrevistadas ni siquiera saben que existe esta Secretaría.

Las instituciones del Gobierno de Chiapas, por Ley de Género, deberían informar que existen, así como prevenir, atender y empoderar a las indígenas.

Deberían llegar hasta aquí, después de un camino de ocho horas, desde la capital del Estado, Tuxtla Gutiérrez.

Si una autoridad se quedara una noche aquí, gastaría aproximadamente 2 mil pesos, poco comparado con el millón 980 mil pesos que la Secretaría de Igualdad de Género Chiapas gastó en siete meses para su proyecto contra la violencia hacia las indígenas.

En su página de internet, dice que previene, atiende, monitorea y da seguimiento a la violencia de mujeres tsotsiles y tseltales de 14 municipios de los Altos de este Estado. Pero Chiapas tiene mucho más del doble de esos municipios indígenas, y Sabanilla, es uno de los 30 sitios a donde nadie llegó.

«Ahora la muchachita tiene 16 años, y un hijo; en Francisco Villa hay 50 habitantes y más casos así, está a 20 minutos de aquí en carro, pero no es seguro que vayamos porque la gente se puede enojar de por qué estamos preguntando por su tradición», dice Luisa.

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Es miércoles y la oficina del DIF municipal ha sido ocupada por sacos de fertilizantes que son entregados a mujeres de Venustiano Carranza, Bebedero, Unión Juárez, San Antonio de los Martínez y Cerro Blanco.

Según dos trabajadores, es en esas comunidades donde el matrimonio infantil predomina; lo saben porque han ido desde hace tres años cuando se construyó la primera carretera.

«Ya casi no pasa… bueno, es poco… o, como… bueno, si se van es porque ellas quieren (ríe), de verdad que no pasa, sucedió hace años, ahora no».

Habla una de las mujeres que hace fila para recibir un saco de fertilizante; el resto ve con recelo a la reportera y, a unos metros, el parque central lleno de hombres que las esperan.

Dice Juan Martín Pérez García, de Tejiendo Redes Infancia en América Latina y el Caribe, que, por falta de información, este tipo de violencia es difícil de reconocer.

La salud reproductiva es un tema que tampoco se reconoce. El Alcalde morenista, José Darwin González Cabello, prefiere no contestar vía Transparencia cuántas campañas de este tipo ha realizado.

En los últimos años, a falta de empleo, las menores de edad y jóvenes de Sabanilla migran a los campos agrícolas de Sonora, principalmente. Cada semana, dos autobuses llegan por ellos. La Secretaría de Bienestar estatal, a cargo de Rodolfo Moguel Palacios, que debería brindar créditos a municipios pobres, aquí no da nada.

Por las noches, las calles son oscuras y por las mañanas el calor golpea, da la impresión de ser un pueblo y no un municipio de 21 mil habitantes que vive del comercio y siembra de maíz. Es común ver a jovencitas con hijos en brazos.

Malena tuvo dos hijos a los siguientes años de que fue abusada sexualmente, los niños se los quitó el padre, y ahora ella vive con un hombre que sí eligió, aunque prefirió no tener hijos. En la cocina, desde su vivienda de cemento, junto a Juana Pérez López, su madre, dice que se han perdonado.

«A mí también me vendieron por alimentos y telas, yo tenía 12 años, mi vida era muy triste, mi finado papá me dio con un viejo, yo no quería, pero tuve que irme con él a un rancho por cuatro años, tuve dos hijos, uno se murió de hambre y tristeza y el otro tiempo después se suicidó, luego lo dejé al hombre», dice la mujer al recordar la venta de niñas de hace medio siglo en Sabanilla.

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