Realidad Novelada, por J.S. Zolliker ·

Ese día necesitaba desayunar temprano y por sus rumbos, lo único abierto a esa hora, era un Sanborns. Se le antojaron unos molletes, cuatro piezas de pan con mantequilla, frijoles y bien gratinados, serían económicos, de buen sabor y llenadores, pues el día sería largo. 

Entonces, la señorita Ana Guadalupe se presentó frente a él, perfectamente uniformada y con una amplia sonrisa le deseó un feliz día del amor y la amistad, le sirvió café y dejó sobre la mesa un par de cremas. 

Él, con evidente mal genio, farfulló la orden y que aquella era una celebración bastante idiota y que por favor se diera prisa con su comida. 

Cuando miró que a ella se le borraba la sonrisa de la cara, quiso disculparse y explicarle que no tenía ni pareja ni nada que celebrar, salvo una tediosa y larga jornada laboral, pero luego imaginó que ella debía tratar con cientos de personas iguales a él y se contuvo a solo mirarla guardando prudente silencio, mientras ella con cierto desdén, giró el cuerpo y se dirigió a la cocina. 

Mientras bebía un poco de café cremado con dos de azúcar, suspiró al pensar en lo mal que iba económicamente su joyería y en la gran cantidad de baratijas que intentaría vender a chamaquillos enamorados que se olvidaron de comprar algo a sus parejas para el día de San Valentín. “Ya no encuentran nada en otros lados y luego se les ocurre que es buena idea algunos aretes de bisutería o alguna pieza de joyería de fantasía”.

En fin, que pagó su cuenta rabiando por su mala suerte y al llegar a su local, puso a la vista las baratijas por las que le preguntarían y que apenas le permitirían lograr una muy pequeña parte de la renta que ya debía. 

Pero, no se había ni sentado detrás del mostrador, cuando entraron a su joyería, tomados del brazo, una mujer guapa y distinguida, ya entrada en años, y un joven apuesto, fornido, elegantemente vestido. 

Era notable la diferencia de edades. Entonces, la reconoció. Se trataba de una famosa actriz de teatro y televisión que ya había visto pasar sus mejores años.

–Buenos días –le dijo ella con un tono algo cantado, seguro y seductor. –Estoy buscando regalarle un muy buen reloj a mi Poncho, joven promesa de locutor y artista. Entonces, él de inmediato le señaló un par de relojes Montblanc que tenía en el mostrador. Una venta de cualquiera de esos, le habría dejado una muy buena ganancia. 

–No, no –le recalcó ella. –Lo que busco es su reloj más caro y exclusivo.

Feliz, con gran ánimo, abrió su caja fuerte y sacó un exclusivo IWC Big Pilot modelo Petite Prince, muy escaso y rayaba los 400 mil pesos. 

–¿Te gusta ese, mi amor? – le preguntó al joven, quien emocionado dijo que “muchísimo”.

–Me lo llevo– dijo ella con firmeza, sacando de su bolsa una chequera y una bonita pluma.

–Lo lamento mucho, señora –balbuceó él, con timidez –me temo que no puedo aceptarle un cheque. No es que desconfíe de usted, pero no puedo ir en este momento al banco a depositarlo y como usted puede comprender, no le puedo entregar el reloj salvo buen pago.

–No se preocupe– respondió ella con naturalidad –Le dejo el cheque, mi dirección y nos lleva el reloj en cinco días, pues quiero invitar a Poncho a pasar unos días en Acapulco. ¿Está bien?

–¡Muy bien!– respondió sumamente emocionado y luego, les deseó feliz día de San Valentín.

Como es de imaginar, estimado lector, lectora, cuando el protagonista quiso cobrar el cheque, le respondieron en el banco que el número de cuenta ya ni existía. Entonces, se presentó en la fecha pactada en el domicilio de la famosa actriz. –Perdone que la moleste, doña, pero no he podido cobrar el cheque…

–Naturalmente, la chequera es falsa –le respondió con cinismo. –Nunca gastaría esa fortuna en un idiota que tiene eso sí, un cuerpo excepcional. Sucede que, a mi edad, ya no es fácil encontrar buenos amantes jóvenes, pero viera usted lo bien la pasé en Acapulco. 

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