Pobres nuevas generaciones

Realidad Novelada, por J.S. Zolliker ·

Para nadie es un secreto que el mundo se ha acelerado demasiado. Últimas seis décadas, se han convertido en una vorágine. Estamos ante algo inaudito. Sofía no sabe qué hacer para contrarrestarlo. Le dicen que debe trabajar muy duro para hacerse de un patrimonio, pero con solo papel y una calculadora, ya se dio cuenta que no lo logrará tan fácil como sus padres y abuelos.  Apenas cumplirá treinta años.

Arquitecta de profesión, sabe muy bien cuánto cuesta una casa hoy en día. Usufructuar de la familia pareciera ser la única opción de su generación. Se sienten económicamente desahuciados. Eso, los más viejos no parecen entenderlo. Ni parecen querer comprender. Como si todo fuese una cuestión de esfuerzo. Imaginan la vida como ellos la vivieron. Ahora, no es así para nadie. Mirar los números crudos es necesario. Inflación es un importante factor –que no el único– que ha influido en este fenómeno.

De 1969, el año en que su abuelo compró su casa, a ahora en 2023, la inflación ha sido de 1,111,014.72%. Esto significa que 1 peso de ese entonces hoy equivaldría a 11,110 pesos.

Terreno y casa de tres recámaras con jardín y cuarto de servicio, costaba en ese entonces 50 mil pesos. Otrora, su abuelo arquitecto también, ganaba poco más de 10 veces el salario mínimo al mes. Da ese cálculo un tanto más que nueve mil pesos. O lo que es lo mismo: su abuelo podría haber pagado su propiedad en menos de seis años de sus ingresos completos.

El caso ahora es muy diferente pues un apartamento pequeño, de dos recámaras, ronda los cuatro millones de pesos. La zona bastante céntrica y clasemediera, tampoco estamos hablando de extremos. Traslapando, ella es la que más gana en el despacho. Ingresa libres a su cuenta al mes, doce mil pesos. Esto implica que le tomaría casi de 28 años poder pagarlo si no gastara un centavo ni en comida ni en salud ni renta ni transporte ni diversión ni intereses por pagos a crédito. Muy distintas circunstancias.

Por más que quiera, no se atreve ni a tener hijos porque apenas le alcanza para ella. Otros compañeros tampoco ganan más. Y eso que son graduados de universidad privada. Entonces le dicen que tenga paciencia, que las cosas mejorarán. No lo ve ya como algo posible.

Es, además, una mujer muy trabajadora. Le chambea unas diez u once horas diarias. Va al comedor de la oficina e ingiere platillos que trae desde casa. A veces fríos si no sirve el microondas. Como sea, no siente que esto tenga una salida con esfuerzo. Infierno, le parece estar viviendo. O una pesadilla, ¡pobres nuevas generaciones!

Tiene otros ejemplos. Unos como que antes a su padre le daban bonos por casarse o tener hijos. Basta decir que eso ahora es imposible y suena hasta descabellado. Recuerda que, en 1997, su padre cobró un bono de 160 mil pesos con lo que se compró un deportivo del año.

Imposible hacerse de siquiera con el coche más barato del mercado ahora con tal cantidad.

Solo le dan ganas de llorar o dedicarse a cosas ilegales cuando se pone a pensar que además de todo el faltante de posibilidad de hacerse de patrimonio, ella no podrá nunca pensionarse porque generaciones previas les quitaron ese derecho sin preguntarles, ya sea porque sacaron mal sus cuentas y/o porque mucho más se robaron antes. Abominable situación y es la punta del iceberg; mucho peor lo tendrán los niños que apenas estén estudiando la primaria, si es que el mundo sobrevive estas diferencias económicas tan atroces y colosales.

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