Ciudad de México, 05 OCT.-Aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador sigue haciendo chascarrillos sobre su salud y en público se deshace en gracejadas cuando se alude al tema, lo cierto es que en enero tuvo días preocupantes.
Los especialistas que lo atendieron son los que menos hilaridad experimentan con los chistoretes de AMLO sobre su condición clínica. Después de todo, pasaron las de Caín para “levantar” al tabasqueño en su crisis de salud de principios de año.
Primero fue el angustioso traslado del rancho de Palenque a la Ciudad de México, luego las atenciones hospitalarias y las visitas continuas del personal médico, en un periodo de 15 días, un verdadero infierno que no escapó a la indiscreta cortesanía de Palacio, siempre atenta a las tramas domésticas.
Una agitación inusual se registró desde el arranque del año en la madriguera del poder que trastocó la rutina del personal del palacio virreinal, desde la guardia presidencial –inexistente, claro, pero bien pertrechada– hasta los expectantes responsables de protocolo, y desde luego, los asesores de alto rango.
Un historial que incluye un infarto al miocardio, dos contagios Covid, exceso de ácido úrico e hinchazón de las articulaciones, atrofia tiroidea, hipertensión, flujo insuficiente de sangre (angina inestable de alto riesgo), repetidos cateterismos, y un serio flujo de hiel cotidiano, no es poco para un hombre tres años mayor que el expresidente Adolfo Ruiz Cortines al asumir al poder.
De modo que no era para menos. Al menos es disciplinado en una cosa, se consuelan sus médicos: sólo en ocasiones excepcionales se le ve trabajando fuera del horario de su presentación mañanera, al menos de manera pública, y muy contadas veces después de las tres de la tarde.
Es comprensible y deseable para una persona mayor si es que quiere perdurar, lo cual es fundamental para la estabilidad del país, al menos hasta el cierre de septiembre de 2024.
¿Quién entraría en su lugar?
A nadie conviene arriesgar la vida del presidente, porque un eventual escenario Constitucional de relevo forzado luce muy pulcro a la letra, pero promete alta tensión en la realidad: entraría al relevo Adán Augusto López Hérnandez, secretario de Gobernación, y el Congreso nombraría un presidente sustituto para completar el periodo, por mayoría simple.
Hay que imaginar cómo sería aquello: sería una selección de Morena, pero sin su árbitro natural. El tiro sería entre el presidente provisional, Adán Augusto, y algún líder fuerte del Senado, digamos, Ricardo Monreal. ¿Qué podría salir mal?
Una década de complicaciones clínicas
Hace nueve años, el 3 de diciembre de 2013, la familia de López Obrador pasó un trago amargo. El político sufrió un infarto al miocardio y a las 3:13 de la madrugada fue operado de emergencia en el hospital Médica Sur de la Ciudad de México, bajo pronóstico incierto.
Al final, los médicos consiguieron destapar una arteria coronaria, pero salió del quirófano todavía bajo reporte de “delicado”. Era tal su condición, que su hijo, Andrés Manuel López Beltrán, de 27 años, salió con frases trascendentales.
“Podemos tener el corazón muy caliente, pero la cabeza fría”, dijo a lo medios, al anunciar a los medios, en el mismo hospital, que continuaría con el propósito del enfermito, quien se proponía, antes de caer en cama, rodear con sus huestes el Senado para protestar contra la reforma energética impulsada por el gobierno de Enrique Peña Nieto.
Las secuelas no fueron pocas, pero la vitamina del poder con frecuencia hace milagros, y el tabasqueño es un personaje empoderado desde hace décadas, si se deja de lado su leyenda rosa. Tuvo rehabilitaciones y atenciones sin límite. Todavía enfrentó su tercera campaña presidencial. Y ya en el ejercicio del poder comenzó a llegarle la cuenta.
Como ahora sabemos,de este cuarto ejercicio hizo crisis la precaria condición del tabasqueño. Pero hubo antes toda clase de alertas sobre su deterioro físico.
Ya en 2019 no sólo aparecieron observaciones en la prensa sobre la salud del presidente. Él mismo abordó el tema al condenar, el 10 de octubre de 2019, que un ciudadano solicitara detalles sobre su condición clínica.
La solicitud de información pedía constancia médica, evaluación psiquiátrica, análisis de orina, de química sanguínea, y dictamen cardiovascular. El tabasqueño se burló, y dijo, con el rostro cruzado por su característica risa sardónica: “Miren en lo que andan metidos (…), así están. ¿Para qué? ¡Estoy al cien! Me dio una gripa, pero ya estoy saliendo”.
El 24 de enero de 2021 contrajo Covid-19, según anunció, y se confinó con su esposa y su hijo menor tras los muros del palacio virreinal. Y un año después, contrajo de nuevo esa enfermedad. Apareció en una videograbación en los pasillos de su morada palaciega. Realmente no lucía “al cien”.
Surgieron rumores sobre un posible accidente cardiovascular y sobre la probabilidad de que fuese un infarto.
Pero su esposa Beatriz apareció para señalar: “Subrayó: “Podemos decir con toda sinceridad y franqueza que él (AMLO) se encuentra bien, está fuerte, y pendiente de todos los asuntos públicos”.
Ahora sabemos que la salud de López Obrador atravesaba la más dura prueba de su vida. Vinieron entonces la canalización de venas, el traslado desde Palenque, las 10 consultas entre el 5 y el 20 de enero con sus cardiólogos, endocrinólogos, reumatólogos.
Y todavía en septiembre, tras un aparente mareo que el político habría experimentado durante la ceremonia del “Grito de Independencia”, la noche del 15 de septiembre, AMLO desestimó los señalamientos sobre ello, el 19 de septiembre.
Como si no fuera suficiente, los think-tanks de Presidencia decidieron que era preciso reforzar la idea de que la salud del tabasqueño era la de un roble. Se determinó que Elizabeth García Vilchis, titular de la sección “Quién es quién en las mentiras”, incluyera en su catálogo el asunto, el 21 de septiembre:
“Yo creo que la oposición es ya experta entre otras cosas en leer los labios, y le atribuyeron que (Betriz Gutiérrez) le dijo que si se sentía bien. Y entonces se especuló un supuesto malestar. Sin embargo, el 19 de septiembre el presidente desmintió esas versiones y dijo que se encuentra bien y de buenas. Aseguró que se trata más bien de una campaña de difamación y por lo tanto de la difusión de noticias falsas”.
Pero después del hackeo a Sedena, AMLO admitió los padecimientos. Y salió con sus rola de Chico Ché.
¿Quién gobernaría después de Adán?
Lo cierto es que las alarmas sí se prendieron en la cúpula obradorista en enero de 2022. Todo quedó en el círculo inmediato del macuspanense, entre sus consejeros más cercanos, y un par de líderes parlamentarios.
Y es que el escenario de relevo forzado parecía a la vista. Si hubiera falta definitiva de presidente, el también tabasqueño Adán Augusto López Hernández tendría que ejercer por dos meses las funciones presidenciales, hasta dos meses más. Después de ese periodo, el Congreso tendrá que elegir un presidente sustituto. O sea que la negociación sería entre Adán Augusto, Ignacio Mier, líder de la Cámara de Diputados y Ricardo Monreal. ¿Y Claudia Sheinbaum? ¿Y Ebrard?
La Constitución establece que, en caso de falta de presidente de la República, el o la titular de la Secretaría de Gobernación asumirá la función de titular del Poder Ejecutivo.
“Si la falta, de temporal se convierte en absoluta”, entonces, “en un término no mayor a sesenta días, el Congreso nombrará a un presidente interino, que asumirá provisionalmente las funciones. Éste no podrá remover o nombrar a los secretarios sin autorización del Senado”.
Si la falta de presidente ocurriera dentro de los dos primeros años, el interino ejercería funciones hasta que fuera electo un nuevo presidente, en elecciones convocadas por el Congreso, las cuales se verificarían en un periodo de entre siete y nueve meses. Este escenario no se aplicaría actualmente, ya que López Obrador lleva más de dos años en el cargo.
Pero si la ausencia presidencial ocurre en los últimos cuatros años del sexenio, como sería el caso, el Congreso, erigido en Colegio electoral, elegirá presidente sustituto para completar el periodo.
De encontrarse reunido, elegirá, por mayoría absoluta (50% + 1) al presidente sustituto para completar el periodo. Si no estuviese reunido, la Comisión Permanente convocará a sesión extraordinaria para procesar el nombramiento.
AMLO, el Presidente posrevolucionario de más edad
Al arranque de su mandato, el presidente Adolfo Ruiz Cortines fue visitado por el coronel De la Rosa, un viejo militar veracruzano de 112 años, último sobreviviente de la Guerra de Intervención. La prensa hizo la delicia del acontecimiento, y se llegó a decir que el mandatario había recibido a uno de sus nietos.
La estampa la retrata Jorge Mejía Prieto en su libro “Anecdotario Mexicano. Ingenio y Picardía” (1986), y el historiador Enrique Krauze, que lo cita en su “Presidencia Imperial”, añade que entre las chanzas de las cuales Ruiz Cortines fue víctima durante su campaña, estaba la acusación de que “escapó de los sarcófagos egipcios”.
Lo cierto es que el presidente Ruiz Cortines era tres años menor que AMLO al asumir el poder. El veracruzano había cumplido 62 años al asumir el mando, mientras que el tabasqueño tenía 65 al cruzarse la banda.
AMLO es el mandatario de mayor edad desde Porfirio Díaz, que salió de Palacio Nacional a los 81. Fuera de Ruiz Cortines, ningún presidente de la posrevolución rebasó los 60 años al asumir el mando.
Ruiz Cortines se defendía diciendo que habían elegido un presidente, “no un semental”. Pero, AMLO busca lucir una imagen de fortaleza a toda prueba. Ya lo dijo alguna vez: “Yo soy indestructible”