RAYOS Editoriales · 4.11.25

Editorial: Tuxtla, entre el cemento y el olvido verde

Tuxtla Gutiérrez se está quedando sin verde. En apenas un cuarto de siglo, la mancha urbana ha devorado más de 25 mil hectáreas de bosque, según el más reciente diagnóstico de la organización Suelo Vivo. Lo que alguna vez fue una ciudad rodeada de vida silvestre y colinas frondosas hoy se ve envuelta en polvo, concreto y un calor cada vez más abrasador.

El crecimiento urbano, los bancos de materiales y el cambio indiscriminado de uso de suelo no solo transformaron el paisaje: alteraron la capacidad de la capital para respirar. Y mientras los árboles caen, los ríos se ensucian y los suelos se agrietan, las políticas ambientales siguen siendo, en el mejor de los casos, reactivas y simbólicas.

Afortunadamente, aún hay quienes luchan contra esta tendencia. Iniciativas como el Festival 100 en un Día o la creación de “bosques de bolsillo” mediante la técnica japonesa Miyawaki han demostrado que la restauración ecológica es posible cuando la ciudadanía se organiza. Más de 1,500 voluntarios se han sumado a estas acciones, demostrando que el cambio puede surgir desde abajo, aunque arriba las decisiones sigan postergándose.

Pero la incongruencia institucional persiste. Mientras colectivos trabajan por recuperar el verde perdido, los sistemas de riego en la avenida principal de la ciudad se deterioran sin mantenimiento, bajo la administración del alcalde Ángel Torres. Esos equipos —instalados con recursos públicos para cuidar las áreas verdes— hoy se oxidan, simbolizando el abandono del compromiso ambiental que debería guiar a todo gobierno responsable.

Tuxtla no necesita más anuncios de “ciudad moderna”, sino una política ambiental sostenida, seria y transparente, que entienda que el desarrollo urbano no puede construirse sobre el sacrificio de la naturaleza. De nada sirve plantar árboles si se permite que se sequen por falta de agua; de nada sirve hablar de sustentabilidad si el bosque desaparece mientras miramos hacia otro lado.

Aún estamos a tiempo de frenar el deterioro. Pero para lograrlo, se requiere voluntad, no discursos; acción, no pretextos. Tuxtla Gutiérrez merece volver a ser una ciudad viva, no un desierto urbano disfrazado de progreso.

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