Uruapan: un crimen que hiere a México
El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, en plena celebración del Día de Muertos, no es un hecho aislado ni un episodio más de violencia en el país. Es un golpe directo al corazón del Estado mexicano y un recordatorio brutal de que gobernar, en amplias regiones del país, se ha convertido en una tarea que exige valentía extrema y supone un riesgo de muerte.
Que un presidente municipal sea abatido en un evento público, rodeado de familias, música y tradición, revela el tamaño del desafío que hoy enfrentan las instituciones. Los grupos criminales no temen al poder público, porque por años el poder ha demostrado incapacidad —y en ocasiones complicidad— para contenerlos. No respetan símbolos, ni lugares, ni autoridades. Su mensaje es crudo y evidente: pueden actuar donde quieren, cuando quieren y contra quien quieren.
Violencia política que se normaliza
Michoacán ha sido durante décadas un territorio en disputa, donde la convivencia entre autoridades, ciudadanos y grupos armados ha puesto a prueba la resistencia social y política. Sin embargo, este crimen trasciende fronteras estatales. Cualquier presidente municipal, regidor, periodista, activista o empresario en México podría verse reflejado en lo sucedido. Si quienes gobiernan pueden ser asesinados a plena vista, ¿qué queda para los ciudadanos comunes?
La violencia política no es solo un ataque contra una vida humana; es un ataque contra el orden democrático, contra la seguridad pública y contra el derecho de los pueblos a ser gobernados en paz.
La exigencia de verdad y justicia
Las autoridades han prometido resultados, como tantas veces en crímenes de alto impacto. Pero el país ya no se conforma con detenciones rápidas ni comunicados oficiales. México ha aprendido, con dolor, que la justicia no se mide por anuncios, sino por procesos claros, investigaciones profundas y castigos ejemplares. Es imprescindible llegar al fondo: no basta detener a tiradores. Hay que identificar quién manda, quién financia, quién protege y quién se beneficia del miedo.
Que la tragedia no se vuelva costumbre
La peor amenaza que enfrenta México no es solo la violencia, sino la resignación. Cuando un país comienza a ver asesinatos de autoridades como parte de la rutina, cuando la indignación se apaga, cuando la sociedad asume la muerte como destino inevitable, entonces la democracia empieza a desmoronarse.
La memoria de Carlos Manzo merece más que luto. Debe provocar acción, reflexión y exigencia colectiva. Gobernar no puede seguir siendo una actividad heroica. La seguridad pública no debe depender del azar. La vida de quienes sirven a su comunidad no puede estar a merced del crimen.
México no puede permitirse normalizar estos hechos. Uruapan está de luto, pero también lo está el país entero. Y desde Chiapas, donde también enfrentamos presiones del crimen organizado y disputas de poder que ponen en riesgo la vida pública y comunitaria, este hecho resuena con preocupación y con firmeza: la paz no se implora, se construye y se defiende.
El asesinato de un alcalde no puede quedar en manos del olvido o la burocracia. La justicia debe ser completa y transparente. La sociedad debe mantenerse alerta y exigente. La democracia, para sobrevivir, necesita coraje cívico, memoria activa y un Estado presente y eficaz.
Hoy, México vuelve a mirar de frente a su herida más profunda. Que no se cierre con silencio. Que se cierre con verdad, con justicia y con un compromiso renovado de no ceder un solo centímetro de territorio, ni de conciencia, al miedo.
— El Sol de Chiapas












