Chiapas se mantiene en el laberinto de la informalidad
La reciente cifra que ubica a Chiapas en el segundo lugar nacional en informalidad laboral, con un preocupante 78%, no es un dato aislado: es el reflejo de una estructura económica que, desde hace décadas, no ha logrado dar el salto hacia la formalidad. Es también la evidencia de un sistema productivo que depende más de la sobrevivencia que del desarrollo.
La informalidad en Chiapas no solo implica empleos sin prestaciones o sin seguridad social. Es la expresión más visible de un mercado laboral fracturado, donde la mayoría trabaja para vivir al día, sin acceso a servicios de salud, créditos o pensiones. Detrás de cada cifra hay historias de esfuerzo invisibles: vendedores ambulantes, jornaleros, prestadores de servicios sin contrato, pequeños comerciantes y trabajadoras del hogar que sostienen, con su labor, una economía que los excluye.
El bajo índice de desempleo (2.3%) podría parecer alentador, pero es engañoso. En realidad, revela que la mayoría de la población trabaja en condiciones precarias, con ingresos insuficientes y sin garantías laborales. No se trata de falta de trabajo, sino de falta de empleos dignos.
El desafío para Chiapas —y para sus instituciones— no es menor. Formalizar el empleo implica repensar el modelo económico, incentivar la inversión local, fortalecer la educación técnica y promover políticas que faciliten la transición de los pequeños negocios hacia la formalidad. Se requiere una estrategia integral que combine incentivos fiscales, simplificación administrativa y acompañamiento social.
Mientras no se atienda la raíz de la desigualdad, la informalidad seguirá siendo el síntoma más claro de un estado que trabaja, pero sin derechos.