¿Y si mejor no votamos este domingo?
Este domingo 1 de junio se celebra una elección inédita en México: por primera vez en la historia moderna, los ciudadanos decidirán con su voto quiénes serán los nuevos ministros, magistrados y jueces del país. Y aunque suena muy solemne y democrático, la verdad es que hay una pregunta rondando en el aire: ¿vale la pena ir a votar?
De entrada, hay que decirlo: nadie pidió esta elección. Nadie se desveló soñando con tachar nombres de jueces en una boleta kilométrica. Fue una ocurrencia política convertida en bandera de “justicia popular” por la Cuarta Transformación, que ahora promete que el país se limpiará de impunidad en cuanto el pueblo sabio decida quién dictará sentencias.
Pero, seamos honestos, la elección llega mal organizada, sin información clara, sin debates, sin campañas que permitan conocer a los candidatos (salvo algunos señalados por vínculos oscuros o familiares incómodos). Para muchos ciudadanos, las papeletas serán una colección de nombres desconocidos que no significan absolutamente nada.
Y ahí viene el dilema: Si no votamos, dejamos que otros decidan —y ese “otros” puede incluir a operadores políticos, estructuras clientelares o intereses nada santos; pero si votamos sin saber por quién, ¿no estaremos validando un proceso opaco y peligrosamente manipulado desde el poder?
El abstencionismo en México es una constante, y todo indica que esta elección romperá récords. Y no es por apatía, es por simple sentido común: ¿cómo vas a elegir a 13 cargos judiciales de los que no conoces ni su cara?
Así que más de uno está tentado a dejar pasar este domingo como quien se salta una mala película de Netflix. Porque votar a ciegas, por puro acto patriótico, tampoco suena responsable. Y porque sí, hay que decirlo: el sistema está diseñado para que gane quien ya tiene controladas las estructuras.
Pero ojo: no votar también es votar. Es dejarle el espacio a los grupos organizados, a los cárteles políticos y a los de siempre. Porque aunque nos vendan que es elección del pueblo, el verdadero control está en quienes sí logran movilizar a sus bases, reparten acordeones y operan en las sombras.
Entonces, ¿qué hacer?
Quizá el acto más honesto este domingo sea salir, anular el voto o dejar claro el descontento en la boleta, aunque por la baja participación y a que nadie va a contar los votos, el mensaje ni siquiera se leerá. O quizá quedarse en casa y documentar cómo una elección judicial disfrazada de ejercicio democrático se convierte en una feria de papelitos sin sentido.
Sea como sea, el 1 de junio no cambiará la justicia en México, pero sí dejará claro cuántos ciudadanos siguen creyendo en el voto como herramienta de cambio… y cuántos ya se cansaron del juego.
Ahora sí que aquí aplica ese Meme que tanto mal le he hecho al país: «Ya están los resultados, ahora solo faltan las elecciones». Nos leemos el lunes, para ver cómo quedó esta tragicomedia.