Tuxtla: la violencia que no se puede normalizar
Tuxtla Gutiérrez, capital de Chiapas, enfrenta un repunte de homicidios que vuelve a encender las alarmas. Aunque las cifras oficiales muestran una disminución general en comparación con el año pasado, el aumento de casos en octubre —cinco asesinatos en un solo mes— refleja una realidad más compleja y preocupante que los números no alcanzan a explicar del todo.
Los homicidios no solo se concentran en hechos vinculados con el crimen organizado, sino que cada vez más surgen de conflictos personales, riñas y violencia intrafamiliar. Esta tendencia revela un deterioro del tejido social y una escalada de agresividad cotidiana que debe ser atendida con urgencia. Cuando los hogares, las calles y los barrios se convierten en escenarios de violencia, la respuesta no puede limitarse a patrullajes o cifras de reducción: se requiere una estrategia integral.
Resulta preocupante que la capital chiapaneca se ubique entre las ciudades más violentas del estado. La percepción de inseguridad se multiplica cuando los crímenes ocurren en colonias habitacionales, cuando los niños son víctimas y cuando la justicia se percibe distante o insuficiente. Cada homicidio no es solo una estadística: es una vida perdida, una familia rota y una señal de que algo profundo está fallando en la convivencia social.
Las autoridades han atribuido la mayoría de los casos al consumo de alcohol, los conflictos familiares y las riñas. Pero reconocer las causas no basta: urge fortalecer las políticas de prevención, educación emocional y atención a la violencia doméstica, además de garantizar que los responsables enfrenten consecuencias efectivas.
Tuxtla no puede resignarse a vivir entre la violencia y la indiferencia. La seguridad no se mide solo en porcentajes, sino en la tranquilidad con la que la gente puede caminar, convivir y confiar en su entorno. La ciudad necesita más que patrullas: necesita comunidad, empatía y voluntad política para reconstruir la paz desde abajo.












