Tuxtla exige más que promesas
En pleno 2025, el centro de Tuxtla Gutiérrez —ese que por décadas fue símbolo de vida comercial y actividad urbana— se hunde entre asaltos, riñas y miedo. Mientras tanto, en colonias como Santa Rita, Adonaí o Diana Laura Riojas, miles de familias sobreviven sin agua, sin drenaje, sin pavimento y con cobros excesivos que no se corresponden con la realidad de los servicios.
Dos denuncias que parecen aisladas —la inseguridad en el corazón de la ciudad y el olvido en los márgenes— en realidad retratan un mismo problema: el abandono institucional.
Los comerciantes del centro ya no venden con tranquilidad, sino con miedo. Las estadísticas oficiales no alcanzan para esconder la rutina de asaltos con cuchillos, peleas en cantinas y una policía que llega tarde… o no llega. Las cortinas metálicas y las cámaras privadas han sustituido la presencia del Estado.
En los barrios más vulnerables, las promesas se repiten cada mes, pero las soluciones no llegan. ¿Cómo se explica que haya recibos de predial por 32 mil pesos en zonas donde no hay calles pavimentadas ni agua potable? ¿Cómo puede hablarse de justicia social si hay pensionados con menos de cinco mil pesos mensuales, y familias a las que se les exige más de lo que pueden pagar por servicios que no reciben?
El Ayuntamiento de Tuxtla no puede seguir gobernando a golpe de discurso y de campañas en redes. Los tuxtlecos —todos, del centro y de la periferia— exigen presencia real, atención inmediata y respuestas estructurales, no paliativos.
El deterioro de la ciudad ya no es silencioso. Está en las calles, en las voces que se alzan en medios, en las familias que resisten. Queda en manos de las autoridades decidir si siguen administrando la descomposición o si, de una vez por todas, gobiernan con responsabilidad y compromiso.
Porque Tuxtla ya no espera.