Pagar impuestos duele, el amor qué…

A Mi Manera, por Rodrigo Yescas Núñez

Cuando uno es niño y no tanto, porque la mayoría de mis alumnos de la universidad tampoco tienen clara la idea, los impuestos son como algo lejano, aburrido, de gente grande. Luego creces, trabajas, y un día —sin mucha anestesia— te das cuenta de que cada quincena te arrancan un pedazo de vida bajo el concepto “impuestos”.

Aquí no importa si te levantas a las 6 de la mañana, si chambeas hasta los domingos, o si sobrevives a tu jefe tóxico. El SAT no tiene sentimientos: llega puntual, sonríe cínicamente y mete mano a tu bolsillo sin siquiera invitarte unas chelas quesque para agarrar confianza.

Y no solo eso: descubres que el “descuento” no es opcional, que no es un préstamo, que no es que “luego te lo regresan”. No. Es una transferencia automática a un agujero negro llamado “gasto público”, del cual casi nunca ves resultados.

Pagar impuestos duele.

¿Quieren que duela más? Ahí les va: 4 meses de sueldo de cada año van, o deberían de ir, a las arcas hacendarias, listos para ser malgastados.

Duele porque te prometen que sirven para tener calles bonitas, hospitales decentes, policías que te protejan y escuelas chingonas. El problema es cuando ves la realidad: calles sin pavimentar o llenas de baches cuando lo están, hospitales públicos sin gasas ni alcohol y donde todo lo curan con aspirinazos, patrullas que se desarman a pedazos y escuelas donde las computadoras aún usan Windows XP (si es que hay computadoras).

Duele porque ves cómo una parte de tu esfuerzo diario se convierte en algo que no ves, a menos que te topes con las camionetas último modelo de los gobernantes.

Duele porque mientras tú cuentas tus monedas para pagar la luz o el agua (que tampoco funcionan como deberían), otros cuentan fajos de billetes en desayunos de trabajo que duran 5 horas… y donde no se resuelve absolutamente nada.

¿De qué sirve cumplir religiosamente con Hacienda si el dinero parece desaparecer en la nada? ¿Servicios de calidad? ¿Infraestructura moderna? ¿Programas que funcionen? ¡Claro que sí!… en otro país.

Aquí tu (nuestro) dinero financia las vacaciones del diputado en Europa, la nueva camioneta blindada del secretario y el tercer rancho de ese alcalde que apenas terminó la primaria.

Cada quincena es como un secuestro exprés, pero con recibo oficial. Y si te atreves a retrasarte un día con tus declaraciones, prepárate: la multa caerá más rápido que un hablador cojo.

Así que sí, creces, trabajas, pagas y ves cómo tu dinero financia sueños… lastimosamente, nunca los tuyos, porque pagar impuestos en México es como pagar la cuenta de una fiesta a la que ni te invitaron.

En México, donde pagamos aeropuertos que no se hicieron, trenes y aviones que mueven a muy pocos y refinerías que no dan resultados, pagar impuestos es como aventar botellas al mar con la esperanza de que alguna sirva de algo.

Spoiler: no sirve.

Nos vemos…

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