A mi Manera, por Rodrigo Yescas Núñez
Llueve en Tuxtla y, como reloj suizo, todo funciona… pero al revés.
Las coladeras ya colapsan y apenas está empezando a llover fuerte, los semáforos brillan pero por su ausencia en pleno horario pico y los árboles viejos aprovechan la ocasión para desplomarse sobre coches, casas o algún salado pasaba por ahí con un dramatismo digno de telenovela.
“Lluvia atípica”, le llaman las autoridades, aunque aquí lo único atípico sería que un aguacero no terminara en caos.
Los coches, claro, se multiplican en los choques como gremlins mojados: alcance por aquí, carambola por allá, y el clásico que frena en seco justo frente al charco más grande… Mientras tanto, los conductores parecen sufrir una extraña mutación: se me atontan aún más de lo normal, olvidan reglas básicas de tránsito y convierten las avenidas en pistas de carritos chocones, con todo el caos vehicular que esto supone.
Llueve en Tuxtla y pasa lo de siempre: la ciudad se colapsa, los reportes de Protección Civil suenan en automático y la gente repite resignada que “cada año es igual”. Porque aquí, cuando caen unas gotas, lo que también se inunda de volada es, tristemente, nuestra capacidad de asombro. Nos vemos…