Realidad Novelada, por J.S. Zolliker ·
Soy la encargada de recepción del turno nocturno en un conocido hotel de una de las ciudades más importantes del país. Mis noches favoritas son las de quincena, las previas y posteriores al catorce de febrero, las del reparto de la PTU, el aguinaldo y algún que otro puente vacacional.
Esto se me ocurrió porque, normalmente, tengo muchas horas de turno en las que no tengo nada que hacer. Durante un tiempo, me la pasaba en redes sociales y luego scrolleando en Instagram y TikTok, hasta que, por una publicación de alguien que hablaba sobre tecnología, descubrí la inteligencia artificial.
Entonces, un jueves, ya bastante tarde, llegó un tipo bastante guapo, aunque algo mayor, acompañado de una mujer notablemente más joven que él. Mientras la chica se acomodaba en el sillón, él se acercó a mi escritorio y me pidió una habitación. Después de que aceptó los precios sin chistar, le solicité —como lo dictan los protocolos— una identificación y una tarjeta de crédito. Me pidió dejar el voucher abierto para consumos.
—Esto sería todo, señor García —le dije al entregarle sus llaves.
—Gracias, linda. Nada más no le vayas a contar a mi esposa —me respondió, y con un cinismo que imagino pretendía parecer chistoso o coqueto, me guiñó el ojo.
Creo que me puse roja y no sé si me sentí ofendida… ¡Viejo cochino! ¡Rabo verde! ¡Desgraciado! Nunca nadie había sido así de fresco y descarado conmigo. Estaba tan indignada que se me ocurrió, como un chispazo de genialidad, subir la imagen de su identificación a la iA, que lo ubicó en segundos y me proporcionó sus datos, puesto de trabajo, empresa, perfil de LinkedIn y hasta sus redes sociales.
Al poco tiempo, sonó el teléfono de la recepción. La pantalla del teléfono fijo me indicó que la llamada provenía de la habitación que le había asignado.
—¿En qué puedo asistirle, señor García?
—Gracias, linda. No sé la extensión del room service. ¿Serías tan amable de mandarnos una botella de champán y alguna botana?
—Con gusto lo veo con el departamento de a servicio a cuartos, señor García.
—Si gustas, puedes traer la botella tú… —me dijo con una risita juguetona antes de colgar
En ese instante, llamé al bar y pedí la botella, luego a la cocina, donde ordené papas a la francesa y un guacamole con totopos. En cuanto todo estuvo listo en el carrito de servicio, incluyendo una champanera llena de hielo, me ofrecí a llevarlo yo misma para que mis compañeros “descansaran”.
Camino a la habitación, antes de dirigirme al elevador, me detuve en la recepción y saqué de mi bolso un paquete de laxante sin sabor que mezclé abundantemente con el guacamole. Toqué a la puerta y, antes de que abrieran, dejé el carrito y volví a mi lugar de trabajo, sintiendo una gran emoción, sonriendo y sabiendo que, con esa diarrea, no podrían hacer otra cosa que pelearse por el baño.
Lo siguiente que hice fue ingresar a su Facebook desde una cuenta falsa y revisar sus fotografías, hasta que di con una en la que aparecía su esposa. Le mandé un mensaje:
«Tu esposo está en un hotel (no puedo decirte cuál) con una mujer bastante joven. Se intoxicará del estómago. No le cuentes de este mensaje nunca. ¡Yo las respaldo, hermanas!
Atentamente,
#LadyKarma»
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