La nueva violencia en México

A mi Manera, por Rodrigo Yescas Núñez

En México, la censura ya no es un rumor: es una realidad cotidiana. Se manifiesta en editoriales eliminadas, periodistas perseguidos, influencers silenciados, medios presionados desde el poder, y ciudadanos que, por decir lo que piensan, terminan pidiendo disculpas públicas como si hubieran cometido un crimen. Pero lo que no estamos viendo —o no queremos ver— es que detrás de cada acto de censura se está cometiendo algo aún más grave: una violación sistemática a los derechos humanos y a la dignidad de las personas.

Porque censurar no es solo impedir que se publique una nota o que se critique a un político. Es instalar el miedo como política. Es condicionar la verdad. Es despojar a alguien de su derecho a pensar en voz alta. Es convertir la opinión en peligro. ¿Desde cuándo disentir se volvió un acto tan costoso?

El escenario es preocupante: funcionarios que descalifican cualquier crítica llamándola “golpista”, “traidora” o “desinformación pagada”; medios locales que enfrentan la disyuntiva de mantenerse críticos o perder convenios; y ciudadanos comunes que, por expresar una postura, acaban acosados en redes o en el banquillo de lo políticamente correcto.

La censura moderna ya no necesita de dictadores. Basta con presupuestos recortados, campañas de desprestigio, o un linchamiento digital bien orquestado. Y en medio de todo eso, los derechos humanos —sí, esos que dicen garantizar libertad de expresión y libre pensamiento— son pisoteados con la misma facilidad con la que se borra un tuit incómodo o se bloquea una entrevista incómoda.

Hay algo profundamente inhumano en obligar a una persona a retractarse de lo que cree, a pedir perdón por decir lo que ve o siente. La censura no solo impone silencio, impone vergüenza, como si opinar fuera un delito y no un derecho.

No, no se trata de defender opiniones violentas, falsas o irresponsables. Se trata de defender el derecho a hablar, a cuestionar, a participar del debate público sin miedo. De lo contrario, lo que está en juego no es solo el periodismo ni la política: es la dignidad misma del ciudadano.

Y esa no se negocia. Nos vemos…

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