Tubo de Ensayo, por René Delios ·
Cuando Manlio Fabio Beltrones -entonces el jefe nato del priismo-, formalizó su inconformidad tanto en contra de Andrés Manuel López Obrador como de Ricardo Anaya, pidiendo a sus bancadas en el Senado y la Cámara de Diputados de entonces, “avanzar hacia la elaboración de un proyecto que evite que líderes políticos aprovechen los tiempos oficiales destinados a los partidos, para posicionarse como precandidatos presidenciales”.
Eso fue allá por ¿2016?
Por esas fechas, como ahora, ya estaban los adelantamientos proselitistas, y el PAN, desde luego, estaba echado “pa´lante”, todo empoderado, pues ostentaba el poder por segundo sexenio consecutivo y, en la misma que el priismo, practicaba el culto a la imagen presidencial, igual intocable, con su Estado Mayor presidencial que, como se ha comprobado ahora, nunca fue necesario para la seguridad de un mandatario en México.
Regresando al punto, Beltrones tenía razón, pues ciertamente, ante la laguna jurídica que había, López Obrador y Anaya, aparecían como expositores de la imagen institucional del partido en los spots autorizados por el INE para ello, pues la norma de referencia no precisaba quién o quiénes debían aparecer “a cuadro” en el video promocional, y de ahí se agarraron estos dos personajes que, de siempre, han mantenido una rivalidad ya no ideológica, sino personal.
Así, en ese entonces, tanto el panista como el morenista se aprovecharon de ese “hueco” legal para ejercer culto a su propia imagen con miras a 2018.
Por eso en política no hay bueno ni malo, sino lo peor.
No me sorprende que un gobierno trate de controlar al órgano electoral federal, pues insisto que todos, sin excepción, son corruptos en este país en el que, el pueblo mismo, escupe para arriba y se pone sombrero o sombrilla -según el género-, negándose abusivo y corruptible, cuando lo es, y en eso participa.
Pero ante las acusaciones, se desgarra las vestiduras.
Así, unos defienden la democracia que hay, y otros la critican: la democracia es perfectible y la ley electoral ya debería tener de tiempo ha, las leyes claras, precisas, pero la existente no está exenta del influyentismo tricolor o panista que era gobierno en su momento, y así, hasta lo que hay hoy que no le gusta al nuevo Tlatuani de palacio nacional, quien, para no variar, propuso su reforma electoral en la que se desaparecen prerrogativas innecesarias -o sea, el varo- cuando no hay elecciones además de suprimir las curules plurinominales en las cámaras federales, y ciudadanizar la designación tanto de concejeros del INE como magistrados del tribunal electoral.
Eso descamisa a los partidos.
¿Dónde van a creer? Dicen con los puños levantados, si las prerrogativas son “el alma” de los partidos, no los militantes -a los que ni consultan para designar candidaturas-, y el control de las plurinominales representan el verdadero eje de control de los dirigentes, quienes, a través del tráfico de influencias -esa es la verdad, y eso no es democracia interna, neta-, reparten las candidaturas a recomendados de grupos, clanes, facciones, sectores, narco.
¿O no?
En las naciones democráticas de verdad, la discusión intra partidista es la de ponderar representaciones regionales de valía, y alejarse de los dinosaurios que han anquilosado a los gobiernos -Europa, por ejemplo- y cámaras representativas, pues los clanes económicos que a través de éstos políticos, presionaban con todo en las políticas sociales en esa región del mundo, la que le costó mucho en la pasada pandemia pues en Europa, se desmanteló el servicio médico social -tipo IMSS, y se privatizó-, como un testimonio más de los equívocos humanos del neoliberalismo en aras del capital explotador e indiferente, pero aun con eso, allá no se duda de las elecciones, en que estas son genuinas y transparentes.
En México no; aún hablar de democracia es topar con pared ay en el siglo XXI: la tenemos llena de filtros, candados, y pese a ello, se habla de fraude y descontrol jurídico, manipuleo administrativo del cómputo, topes de campaña y hasta de legitimidad, esto último socialmente complejo.
En los partidos aún subsiste la idea del fraude, y muy aparte de que todos los candidatos se creen los idóneos aun hayan comprado la candidatura a sus dirigentes de partido, cuando pierden sienten que le robaron la elección, y no dudan en denostar al adversario y a su partido; a los órganos primero y a los tribunales electorales después, de complicidad corrupta, y demás aberraciones en acusaciones las que, por cierto, ya deben ser sancionadas pues, hablamos de entidades e instituciones públicas a las que, los acusadores deben de presentarle pruebas, y de no hacerlo, pudieran éstas instancias electorales ponerlos jurídicamente en su lugar.
¿O no?
Nuestra entidad es una resonancia cualitativa del manipuleo de la democracia partidista en México, empezando porque hay en las cámaras locales harto legislador o diputada anodinos, que no pasarían un examen somero de ideología política y convicción partidista, pues no pocos de ellos en menos de seis años pertenecieron a varios partidos, en aras de colocarse sea en el servicio público o en las candidaturas.
¿Son de fiar?
Igual y sí, pero también son para utilizar políticamente por parte de los que mandan, tanto en el partido como en el gobierno, pero es muy poco probable que estén comprometidos con las masas.
Esa actitud política no podría ser ni en Estados Unidos y menos en Europa, en dónde reitero, la discusión sobre la nueva democracia no es su resultado electoral, sino su legitimidad, su representación real en las tribunas.
La legitimidad en México es relativa: se elige al diputado pese a que solo haya votado en la elección, el 45 por ciento del listado nominal del distrito, y de esa votación, el triunfador solo logró el 23, siendo el resto repartido entre las demás siglas participantes, en digamos 10 para uno y doce para otro candidato, y con un abstencionismo del 55 por ciento.
O sea, la mayoría del distrito -el 77 por ciento-, digamos que no votó por el ganador, pero su triunfo es legal, pero ¿Es legítimo?
Y como esos triunfos electorales «contundentes», hay por decenas en cada congreso local y desde luego en las cámaras federales, lo que es lo de menos ante la realidad de que de todos modos el candidato fue impuesto desde el interior del partido, y si ya ganó, para que hablar de legitimidad y abstencionismo, esto último sí visto con preocupación en países democráticos, pues finalmente sí se observa como una reacción popular ante las propuestas de partido, a los puestos de elección popular.
Pero insisto: eso en México no importa ante el triunfo, y el “haya sido como haya sido” tan práctico en lo arbitrario de la clase política que padecemos, sigue vigente en éste primer cuarto siglo mexicano.