El hijo del artista colombiano destaca su generosidad y la lucha por el futuro de su país, al que dedicó muchas pinturas contra la violencia
Pocos días después de la muerte del pintor Fernando Botero a los 91 años en Mónaco, el mundo del arte y su país natal, Colombia, continúan llorando la pérdida del artista conocido por las formas de sus figuras voluminosas y el legado que deja para la historia del arte y la cultura. Así lo quiere recordar su hijo mayor con el que comparte nombre, Fernando Botero Zea: “Es un hombre que jugó un papel muy importante en el arte y que tuvo una enorme generosidad para Colombia y para el mundo”, define su hijo.
Todavía no se ha acostumbrado a hablar de su padre en pasado desde que recibiera la noticia de su fallecimiento estando en Bogotá y tuviera que volar hasta Mónaco para darle el último adiós. Durante ese tiempo pudo reflexionar y profundizar en lo que significó su padre para él y cuáles eran sus ideales y pensamientos durante toda su vida, incluso en sus últimos días, cuando sufrió “mucha ansiedad y mucha dificultad para respirar”. Por ello, Fernando Botero Zea y su familia se sienten tristes pero también aliviados de que se haya ido en paz, “rodeado de todo el amor de la familia y de millones de personas en el mundo que admiran su obra y su legado artístico”.
Un artista incansable
Su legado fue largo, pues se extendió hasta sus últimos días, porque aún con 91 años, Botero “seguía yendo al estudio, seguía trabajando, seguía creando y le producía una gran pasión su trabajo”. Su hijo recuerda las palabras de su padre cuando se sabía afortunado por haber descubierto a temprana edad “una pasión que lo llevaba a pintar de lunes a viernes, sábado, domingo, el 31 de diciembre y el 1 de enero”. Tras toda una vida junto a su padre, él recuerda que todos los días eran para su padre una ocasión para expresarse y pintar, “su gran pasión”.
A mediados de los años 60, cuando el mundo ya conocía la magnitud del artista, un pequeño Fernando Botero Zea de 9 años descubrió la grandeza de su padre en un momento muy preciso. “Estábamos en Nueva York cuando nos visitó en casa un importante coleccionista con un carro rojo deportivo, un Camaro. Durante el almuerzo, le ofreció a mi padre que le cambiaba el carro por uno de sus cuadros y mi padre se negó”, recuerda Botero Zea, quien confiesa que en ese momento le pareció una decisión absurda. Sin embargo, le sirvió para descubrir el gran valor que tenían sus cuadros: “Me di cuenta de que ya era una persona con una carrera muy consolidada y un éxito muy grande”.
El colombiano crió e inculcó a sus hijos con sus mismos ideales, traspasándoles la importancia de la generosidad, de la filantropía y de las causas altruistas, pues tras haber tenido una infancia en la pobreza, cuando tuvo éxito profesional y económico, no dudó en compartir esos frutos con muchas personas, recuerda su hijo en relación a las centenares pinturas y culturales que donó a museos de todo el mundo. Botero Zea se encuentra ahora junto con sus hermanos con la decisión de hacer nuevas donaciones de obras del artista al país, tal y como él vino haciendo en vida. Desde su tumba en Pietrasanta para siempre quedará “su legado artístico y cultural y su gran enseñanza en términos de filantropía”.
Fernando Botero Zea: “Mi padre descansará junto al gran amor de su vida”
Parte de su grandeza viene gracias a la fuerte conexión que su padre tenía con Colombia, tierra de la que era un enamorado, según recuerda Fernando Botero Zea, cuya vida profesional está indisolublemente unida a la historia del país por su cargo en el Ministerio de Defensa Nacional: “Apostó mucho a la bandera de la paz e hizo muchas pinturas para denunciar la violencia”. El artista nunca dudó en apostar por la paz y posicionarse desde su propio lenguaje en el lugar del arte. Siempre estuvo muy informado de lo que acontecía y vivía en primera persona los sucesos de su patria porque “vivía con alegría los momentos buenos y vivía con tristeza los momentos tristes, pero siempre creyendo en el futuro de Colombia y en la vitalidad de nuestro país”. Pero además, el artista también sentía un gran cariño por el Mediterráneo, pues vivió sus últimos años en sus alrededores con su última esposa, la artista griega Sophia Vari, fallecida el pasado mayo. Su muerte significó para él un golpe psicológico y emocional devastador que deterioró también su salud, tras haber perdido a la compañera de vida con la que estuvo casi 50 años. Ahora, el cuerpo del colombiano será sepultado “al lado del amor de su vida” en Pietrasanta, según sus propios deseos, aunque “su corazón siempre pertenecerá a Colombia”, asegura Fernando Botero Zea.