Érase una vez un Papa que todavía no existe

A mi Manera, por Rodrigo Yescas Núñez.

En unos días el mundo amanecerá con olor a incienso y a política disfrazada de fe: la Iglesia se prepara para elegir a un nuevo Papa. Y claro, ahí estaremos todos —los creyentes, los no tanto, los nadita y los que sólo pasamos por la misa cuando hay tamales— viendo hacia el Vaticano como si de esa chimenea pudiera salir algo realmente nuevo.

Y como uno a veces se permite soñar (aunque sepa que no debe), me puse a imaginar: ¿y si eligen a un Papa del siglo XXI? Uno que hable de amor sin pies de página. Que entienda que el cuerpo no es un error de fábrica. Que reconozca los derechos humanos como algo más que una moda molesta. Uno que abrace a todos, no solo a quienes entran calladitos a la iglesia.

Porque hay que decirlo: Francisco, con todo y sus defectos y virtudes, dejó la vara alta. Para quienes no creemos en la curia pero sí creemos en las personas, fue un Papa que, al menos, intentó abrir ventanas en un cuarto donde todo estaba cerrado con llave desde hace siglos.

Pero la realidad es terca, y la historia reciente nos ha enseñado que cuando se junta el humo blanco con los tronos viejos, lo más probable es que nos vuelvan a salir con el molde habitual: Un señor serio, con gesto de “te juzgo pero en nombre del amor”, que defienda la tradición como si fuera la única verdad y, lo más triste y preocupante, que cometa el gran error de creer que así deben ser las cosas porque así lo dijeron e hicieron más de doscientos Papas antes que él, en tiempos que ya sólo existen en bulas y pergaminos que se desharían hoy en día al contacto con el medio ambiente, igual que las ideas que contienen.

Así que sí, el mundo necesita un Papa nuevo, pero no solo de nombre, sino de alma, que no piense que el feminismo es una amenaza ni que la diversidad es una prueba de fe y, sobre todo, que no siga pensando que el cambio es una herejía.

Spoiler: El humo blanco va a salir, sí, pero con olor a naftalina, a sotana apretada y a decisiones tomadas por hombres que siguen creyendo que el mundo se maneja —y habla— en latín. Espero no tener razón. Nos vemos…

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