A Mi Manera, por Rodrigo Yescas Núñez
La protesta reciente de los taxistas del sindicato Fidel Velázquez en Tuxtla Gutiérrez vuelve a mostrar un fenómeno que se repite en todo el país: la resistencia férrea de los gremios tradicionales a aceptar que el mundo cambió y que la movilidad ya no gira alrededor de sus viejas reglas. Los 12 mil vehículos de plataforma que circulan en la capital, frente a los 6 mil taxis concesionados, no son la causa del desastre del transporte tradicional; son el síntoma de su agotamiento.
Los taxistas marchan, exigen, presionan y repiten el mismo discurso: que las plataformas les quitan el trabajo, que hay competencia desleal, que las tarifas son injustas. Pero rara vez se detienen a reflexionar por qué tanta gente prefiere solicitar un viaje desde su teléfono antes que levantar la mano en la calle. La respuesta no está escondida: comodidad, seguridad, disponibilidad y, claro, precio. El usuario votó hace años, y lo hizo con su cartera.
Las plataformas no aparecen por generación espontánea. Llegan porque existe una demanda insatisfecha y porque la ciudadanía encontró en ellas una alternativa que el taxi tradicional no supo —o no quiso— ofrecer. Hoy los taxistas reclaman regularización, pero guardan silencio cuando se trata de hablar de unidades obsoletas, malos tratos, cobros arbitrarios, falta de mantenimiento o la eterna sospecha de corrupción en la entrega de concesiones.
El argumento de que “no puede haber más unidades particulares que taxistas” revela una visión profundamente equivocada del mercado. El transporte público no se regula por cuotas de poder ni por el número de placas, sino por las necesidades reales de movilidad. Si hay 12 mil vehículos de plataforma, es porque hay 12 mil razones para que existan.
Y sobre las tarifas bajas de Didi Taxi, habría que recordarle al gremio que el costo no lo define el capricho, sino la competencia. Nadie está obligado a usar un servicio más caro, lento o incómodo solo para preservar un modelo que se niega a evolucionar.
La solución no está en limitar a las plataformas, sino en que el taxi tradicional se modernice, se formalice y se vuelva competitivo. El transporte concesionado debe dejar de ver al usuario como rehén y comenzar a verlo como cliente. Ese cambio de mentalidad, más que cualquier marcha o bloqueo, es lo único que puede salvar al sector.
Mientras los taxistas sigan peleando contra la tecnología y no contra sus propias fallas internas, seguirán perdiendo la batalla. No por culpa de Uber, Didi o cualquier aplicación, sino por su negativa a mirarse en el espejo y reconocer que la movilidad del siglo XXI exige mucho más que una concesión colgada en el parabrisas.












