A mi Manera, por Rodrigo Yescas Núñez ·
Algo profundo y preocupante se está moviendo debajo de la superficie del poder en México. En los últimos meses, varios familiares directos de Joaquín “El Chapo” Guzmán y su hijo Ovidio han optado por entregarse voluntariamente a las autoridades estadounidenses, buscando refugio más allá de nuestras fronteras. No huyen de la justicia, sino de algo aún más inquietante: del miedo a lo que puedan hacer ciertos políticos y funcionarios mexicanos para silenciarlos.
Porque, si algo ha quedado claro desde las confesiones de Ovidio Guzmán —uno de los hijos más visibles del capo— es que el narcotráfico en México no solo se ha infiltrado en las estructuras del Estado: ha convivido, negociado y quizá hasta gobernado con ellas.
Es imposible ignorar el patrón: la familia se entrega a Estados Unidos en lugar de buscar acuerdos en México, y eso nos dice más de lo que parece. Tienen más fe en la justicia del país que los persigue que en la del país que los vio nacer. ¿Por qué? Porque lo que saben, lo que podrían contar, involucra a figuras poderosas que todavía mueven hilos desde sus cargos públicos o desde la sombra.
El caso de la gobernadora de Baja California es ilustrativo. Primero intentó minimizar la cancelación de visas a su familia como un simple trámite, pero luego vinieron los congelamientos de cuentas en bancos estadounidenses. Y eso ya no es trámite: eso es una señal. Una advertencia. Un aviso de que algo se está limpiando, y que el proceso quizá apenas empieza.
Todo indica que las declaraciones de Ovidio Guzmán ante las autoridades estadounidenses no se quedarán en lo anecdótico ni en lo judicial. Su testimonio puede estar marcando el inicio de una operación de depuración que, por razones obvias, debe llevarse a cabo con sigilo quirúrgico. Estamos hablando de narco-políticos. De personas que durante años han usado el Estado como escudo, y al crimen organizado como herramienta.
La salida voluntaria de los Guzmán, la congelación de cuentas y los testimonios que cruzan la frontera no son coincidencias: son síntomas. Y los síntomas, si uno sabe leerlos, anuncian tormenta o purga. O ambas.
México se encuentra, tal vez, ante una oportunidad única: dejar de proteger a quienes se sirvieron del poder para empoderar al narco. El precio será alto, y lo más seguro es que muchas cosas nunca se sabrán. Pero los silencios que hoy buscan imponer desde el miedo, quizá mañana se transformen en gritos de justicia. Nos vemos…