Jorge Ricardo
Sin estruendo ni silbatazo de salida, como un insólito nuevo animal por la sudorosa selva, salió ayer a las 13:30 horas el Tren Maya, en su primer recorrido de prueba, con un grupo de pasajeros todavía más insólito: el Presidente Andrés Manuel López Obrador al lado del vicepresidente de Televisa, Bernardo Gómez, y los Gobernadores de Jalisco, el emecista Enrique Alfaro, y de Yucatán, el panista Mauricio Vila.
Todos de guayabera blanca, sonrientes y en el mismo vagón del tren que por fin se mueve. El emecista impulsor de Xóchitl Gálvez, el integrante de la ex «mafia en el poder», el Gobernador panista mejor evaluado junto al Presidente que aquí cerca, en Hecelchakán, en la siguiente estación, bajo un diluvio dijo, amenazó, en 2019: «¡Llueve, truene o relampaguee se va a construir el Tren Maya, lo quieran o no lo quieran!».
Y la obra se hizo, o se está haciendo aún, y López Obrador que viaja también con el empresario Carlos Slim, dueño Grupo Carso, ganador del Tramo 2, de Escárcega a Calkiní, ha insistido ahora con que: «llueva, truene o relampaguee, el Tren Maya se inaugura en diciembre».
Faltan tres meses y el primer tren, verde y blanco, de cuatro vagones, sale sin pitar detrás de un montón de tierra revuelta de la estación en obra negra de Campeche rumbo a Mérida, 156 kilómetros de un total de mil 554 que tendrá el circuito por cinco estados.
Alfaro agradece la invitación en su cuenta de X y la llama «una obra impresionante que tendrá un impacto social enorme».
Desde adentro, a punto de arrancar el primer viaje de prueba y privado, la Secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez, trata de imponer el ánimo de obra terminada. «¡De fiesta! ¡eh, eh!», coreaba. La Canciller Alicia Bárcena aplaudía para el video que grababa el titular de la Sedatu, Román Meyer, junto al director del INAH, Diego Prieto, parados adentro de un vagón semivacío, donde el verde olivo de militares, dueños y beneficiarios de la mega obra de más de 140 mil millones de pesos, competía con el verde selva de afuera.
Revuelta la política, la tierra, los pobladores miraron cruzar sobre el puente la máquina que por el dedo de López Obrador supera a la lluvia y el trueno, la ley y las protestas ecologistas.
Revueltas también las pasiones, detrás de la valla que levantaron los militares, el grupo de Apolinar Ángel Muguel, de la comunidad de San Antonio Ebula, a medio kilómetro de la estación de Campeche, se quitaba el calor de 35 grados con abanicos de cartón, donde estaba impreso que el Tren Maya es justicia social para el sureste y se quejaba que a ellos no les ha tocado ni una cancha, ni una carretera siquiera, puro cartón y promesa.
«Aquí van a llegar miles de turistas ¿y qué van a decir cuando nos vean? ¿que esto es nido de lobos, cueva del tigre?», decía.
Los del pueblo de Seet Ka’an cargaban sus cartulinas fosforescentes para denunciar que levantaron la estación y dejaron sus caminos destrozados. «El mejor Presidente de México: cumplan a entregar material de desecho para reparación de los caminos».
El primer tren enfiló seguido de un convoy de 20 vehículos, jeeps militares, camionetas y dos ambulancias que persiguen la salud del Presidente, que acababa de dar su Quinto Informe de Gobierno.
Había tanta gente delante de la estación de Hecelchakán, esperando el paso del primer tren, que el vendedor de rambutanes subió de 40 a 60 pesos el medio kilo. «Se aprovechan que esto nunca lo habíamos visto, ¿cuándo un tren, cuándo íbamos a llegar de aquí hasta México en tren?», dijo María Elena Ulloa, una vendedora de perfumes, subida a una pipa para verlo pasar.
Ahí, a 200 metros de la estación, detrás de un puente que no dejaba ver al tren, los pobladores sudaban en la sauna polvosa y nueva, bajo paraguas, sombreros, gorras, sus puras ansias.
Gritaban: ‘Es un honor estar con Obrador’, aferrados a no irse aunque hubieran llegado seis horas antes.
«¿Qué habrá pasado, se le habrá acabado la gasolina?», se preguntó Francisco Poy, de 72 años, que estaba en la milpa cuando su esposa le avisó que era el día y pedaleó tres horas su vieja bicicleta.
«Vine porque el señor Presidente de la República es el padre de todos nosotros», decía, recargado contra la reja que corre a través de las vías.
Más de tres horas se tardó el tren en volver arrancar, que Freddi Esparza, operador de grúa, sentado en la cima de su máquina, dijo que culpa de los obreros no era. «Si no ha podido arrancar, no ha sido por las máquinas, porque este tren, todo lo que se atraviesa, se lo lleva», dijo.
Alrededor de las 23:30 horas, López Obrador y sus acompañantes llegaron por fin a la estación Teya, en Mérida, luego de diversas paradas y un viaje de estreno de 156 kilómetros.