Ecce Hommo, por Rommel Rosas ·
Aunque para muchos analistas la economía y la política debieran estar separadas, bajo el argumento de que la segunda limita el buen desenvolvimiento de la primera, a mi parecer nada hay más alejado de la realidad que nos rige en el mundo contemporáneo. Política y economía, a mi parecer, han generado una especie de simbiosis, bajo la cual se manejan los destinos del mundo. Me explico…
La política, a lo largo de la historia ha tenido para sí, el análisis de las relaciones de poder, tanto de quienes buscan acceder a las altas esferas gubernamentales, como de quienes se encuentran en ellas. Se genera así, una tensión constante cuyo principal producto, ha sido la regulación de las relaciones sociales, el mantenimiento de condiciones de civilidad, así como las premisas a quienes rompan o alteren estas condiciones.
En la historia moderna, el monopolio de la esfera de lo político ha superado al ámbito de los partidos, cuya función principal era el acceso a los diferentes poderes públicos, así como ser los catalizadores de las demandas sociales; hoy en día en la esfera público – política encontramos distintas organizaciones de la sociedad civil que han reclamado para ellas, y con éxito, roles más protagónicos, con lo que han ganado espacios de poder. Se ha generado una especie de cuarto y quinto poder público, los medios de comunicación y la sociedad civil, respectivamente.
Poco a poco, se han superado algunas de las premisas del liberalismo económico clásico, que veía en la parte gubernamental la función del llamado “Estado Policía” o “Estado vigilante”, a cargo de cubrir las funciones de seguridad pública, dejando al libre mercado la capacidad de autorregularse, así como de repartir la riqueza, entre las clases económicas menos favorecidas.
La economía moderna, ha superado también el keynesianismo, también conocido como “Estado de Bienestar”, en donde el gobierno tendía a intervenir de forma activa y constante en las actividades económicas; en la búsqueda del “pleno empleo”, se convirtió en empresario, al cubrir toda aquella actividad no atractiva para la inversión privada o, en su caso, no permitía en numerosas ocasiones que las empresas privadas fueran a la quiebra. Toda esta situación llevó a lo que la ideología neoliberal llamo “Una crisis fiscal” del Estado; es decir, un sobreendeudamiento y pocos ingresos incapaces de satisfacer las cada vez más crecientes demandas de la sociedad.
Si bien el neoliberalismo en el mundo, lleva varios años que ha sido superado por la llamada “economía social”, como herencia nos dejó a la Globalización, un modelo bajo el cual se ha generado una interdependencia económica de las naciones del mundo, al no poseer ninguna el control total de las cadenas de producción, se instalan en distintas partes buscando siempre condiciones de competitividad económica – favorables a ellas, por supuesto – a fin de eficientar costos y bajo el argumento de traer a las comunidades en donde se instalan progreso y adaptación a un mundo interdependiente.
La inversión extranjera directa (que es la realmente importante) se ha convertido en uno de los principales indicadores de confianza en los países. Asediados por calificadoras que miden el riesgo-país, basados en la estabilidad social, política y de seguridad pública que se pueda tener; así como en la creación de un marco legal que favorezca las condiciones para los inversores; los dirigentes de los países, sobre todo aquellos que estamos en vías de desarrollo, promocionan a sus regiones como aquellas con las mejores condiciones para traer una inversión que en teoría debiera traer crecimiento y progreso para las mismas.
Por ello, la confianza política se ha conjuntado directamente con la confianza económica que podamos tener en nuestros lugares de origen. Si quienes hacen política no son capaces de generar el entramado legal, de seguridad e infraestructura suficiente, entonces poco se puede lograr una confianza económica, y muy difícilmente podrán verse favorecidos por aquellos capitales que buscan en donde poner sus fábricas o armadoras, con las mejores condiciones.
Son tiempos en donde la política y la economía caminan de la mano; aunque parecieran antagónicas, marchan la una junto a la otra. Las dos tienen una parte importante de ese pastel llamado “poder”, en donde su incidencia con la sociedad en mutua, y al final es ésta quien debería verse favorecida por los buenos oficios tanto de políticos como empresarios; de lo contrario, una vez más, ganará el discurso sobre la realidad.