Pepe Cruz: el senador que Chiapas no entiende

A Mi Manera, por Rodrigo Yescas Núñez

Hay personajes en la vida pública de Chiapas cuyo paso por el gobierno deja más interrogantes que certezas. Pepe Cruz es uno de ellos. Su nombre quedó asociado no a los logros, sino a un desgaste que él mismo alimentó día con día. Su gestión en el sector salud fue, para decirlo claro, un territorio donde los resultados nunca aparecieron, donde el personal reclamaba lo que la administración no entregaba y donde la gente en los hospitales veía más carencias que soluciones.

Durante años cargó con señalamientos que jamás se aclararon del todo: versiones sobre un supuesto desvío de recursos destinados a insumos, compras y operación básica que se perdían en un mar de opacidad administrativa. Nunca hubo una explicación pública convincente. Nunca hubo un deslinde real. En política, cuando no se transparenta, la duda se vuelve sentencia. Y eso fue lo que ocurrió.

A esa nube se sumó su obsesión por la candidaturas. Mientras la Secretaría de Salud colapsaba en rezagos, Cruz gastaba energía en recorrer municipios como si ya estuviera en campaña. Reuniones fuera de agenda, presencia en actos que nada tenían que ver con su cargo y un movimiento territorial que, aunque él lo negara, parecía hecho a la medida de una ambición personal por la gubernatura. Era un secreto a voces: más que dirigir salud, estaba dirigiendo una precampaña encubierta.

Su prestigio nunca se sostuvo porque nunca tuvo cimientos. En un estado donde la gente reconoce con rapidez quién trabaja y quién solo posa, Cruz quedó ubicado en la segunda categoría. La percepción pública terminó por convertirlo en un ejemplo de cómo la ambición política mal manejada destruye cualquier oportunidad de legitimidad. Si un funcionario no genera resultados, los rumores lo devoran; si tampoco genera confianza, lo entierran.

Y aun así, inexplicablemente, hoy es senador de la República. Un ascenso que no corresponde a su trayectoria, que no encuentra respaldo en la evaluación ciudadana y que deja la sensación de que la política mexicana premia a quienes deberían estar rindiendo cuentas, no jurando nuevos cargos. La pregunta que muchos se hacen —y que nadie responde— es cómo alguien tan desgastado, con tan poco que presumir y tanto que aclarar, terminó sentado en una curul en lugar de enfrentar las conversaciones pendientes sobre su paso por la administración pública.

Pepe Cruz no es solo un símbolo del desgaste de su propia carrera; es un recordatorio incómodo de cómo el sistema político puede premiar incluso a quienes dejaron más sombras que resultados. Y en Chiapas, donde la memoria es larga y la exigencia crece, su llegada al Senado no es un triunfo: es un signo de desconcierto colectivo. Queremos entenderlo, pero no hay manera. Y quizá ahí radica el verdadero problema.

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