Clamores que aún duelen
La memoria no siempre es cómoda. A veces quema, a veces incomoda y muchas veces resulta insoportable para quienes prefieren que la historia quede enterrada bajo capas de olvido. Pero hay voces que insisten en resonar, en abrirse paso a través de los años. Eso ocurrió en el Museo del Café de Tuxtla Gutiérrez, donde la presentación del libro El Llanto de las Bugambilias, los crímenes olvidados se convirtió en un eco vivo de esas memorias que los gobiernos han intentado silenciar.
Más que un acto literario, el evento fue una ceremonia de duelo y resistencia. Candelaria Rodríguez, Valdemar Antonio Rojas López, Martha de J. Mendoza A., Ruperto Portela y Hernán León Velasco no se limitaron a comentar una obra: señalaron lo que a más de tres décadas sigue pesando sobre Chiapas y sobre México entero: la impunidad. Porque esos crímenes cometidos contra el periodista Roberto Mancilla Herrera y contra integrantes de la comunidad LGBT+ en los años noventa no solo lastimaron a las víctimas y a sus familias, sino que exhibieron un Estado indiferente, ausente, cómplice.
Las y los asistentes compartieron sollozos, recuerdos y miradas cargadas de tristeza. Casi dos horas de memoria que, como bien dijeron los organizadores, “no son nada frente a los 33 años perdidos en las fauces del olvido gubernamental”. Esa frase resume la tragedia: mientras las víctimas esperan justicia, los expedientes duermen en archivos polvorientos y las instituciones avanzan como si nada hubiera ocurrido.
El lema que circuló en redes sociales, #ClamoresDeJusticia, no es un simple hashtag. Es la constatación de que las heridas no han cerrado, de que la historia reciente de Chiapas tiene páginas ensangrentadas que no pueden ser arrancadas del libro colectivo. Y es también un recordatorio de que la democracia, los derechos humanos y la igualdad no se construyen solo en discursos, sino enfrentando con valentía el pasado y ofreciendo verdad.
El Llanto de las Bugambilias es, en el fondo, un acto de resistencia cultural. Una manera de decir que las víctimas no serán borradas. Que, aunque la impunidad siga siendo norma, la memoria también es una forma de justicia. Quizás la única que queda cuando los tribunales fallan y las instituciones se esconden.
La literatura, entonces, se convierte en un refugio y en un arma. Un refugio para quienes todavía lloran a sus muertos. Un arma contra el olvido, contra esa maquinaria de indiferencia que en Chiapas conocemos demasiado bien.
¿Hasta cuándo la justicia seguirá siendo un eco y no una realidad? Esa es la pregunta que se coló entre bugambilias y voces quebradas. Una pregunta que aún no encuentra respuesta, pero que debe seguir repitiéndose mientras los clamores de justicia continúen resonando en nuestra memoria colectiva.