El rostro más doloroso de la violencia
Las cifras no mienten, aunque duelan. Entre enero y julio de este año, México registra 8 mil 624 desapariciones, de acuerdo con el análisis de la organización México Evalúa con base en datos oficiales. Se trata de un incremento del 13 por ciento respecto al mismo periodo de 2024 y, si la comparación se lleva al inicio del actual sexenio, el aumento asciende a 69.5 por ciento.
Lo alarmante no es únicamente el crecimiento de este delito, sino que en estados como el Estado de México, Ciudad de México y Nayarit, las desapariciones ya superan en número a los homicidios dolosos y culposos. Dicho de otro modo: en algunas entidades del país es más probable desaparecer que morir asesinado, lo que retrata el grado de descomposición institucional y social que enfrentamos.
La desaparición de personas es el crimen que más hiere a una nación: roba la vida, pero también la esperanza. No hay cadáver, no hay justicia, no hay consuelo. Es una herida perpetua que atraviesa generaciones. México se ha convertido en un país donde la ausencia pesa tanto como la muerte, y donde las familias organizadas en colectivos siguen siendo quienes cargan con la búsqueda y la exigencia de verdad.
Los gobiernos estatales y federal parecen reducir la violencia a la estadística de homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes, pero esa mirada limitada niega la complejidad de la tragedia. La disminución de asesinatos no puede ser presentada como éxito cuando las desapariciones aumentan, cuando las víctimas de otros delitos contra la vida crecen, cuando las cifras oficiales revelan anomalías que exhiben la insuficiencia de la política de seguridad.
El Estado mexicano tiene una deuda profunda con sus desaparecidos. La indiferencia, la simulación y la incapacidad institucional son parte del problema. La pregunta es si quienes hoy gobiernan entienden que cada número representa un rostro, una familia destrozada, un vacío que jamás podrá llenarse.
En vísperas del Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, este 30 de agosto, el país necesita más que discursos: requiere compromiso real, políticas de prevención efectivas, fiscalías fortalecidas y, sobre todo, respeto irrestricto a los derechos humanos.
Porque mientras las desapariciones crezcan y la respuesta oficial sea minimizar su dimensión, México seguirá siendo un territorio marcado por la ausencia. Y esa ausencia, tarde o temprano, terminará condenando a todos.