Un pueblo sin hombres

Realidad Novelada, por J.S. Zolliker ·

Estoy hablando de un lugar en México, de un poblado sin nombre ni tierra ni fecha precisa (aunque muy cercana), que se recuerda en un murmullo y se distingue porque sus tumbas no tienen dueño y sus muertos todos se parecen: en vida, alguna vez fueron hombres, machos, varones. Y ahora, en la muerte, ese lugar está lleno de viudas que no lloran.

En las esquinas, en la parroquia, en el mercado, las mujeres hablan bajito, como si aún temieran que las paredes escucharan. Dicen que no hay otra salida. Que el matrimonio les fue impuesto como condena, y que en cada casa se repite la misma historia: abusos verbales, físicos, psicológicos; obediencia insoportable; injustificable. Y el país, destrozado. Los hijos que llegan, llegan sin esperanza, con un horizonte negado por señores lejanos que deciden quién sí y quién no avanza.

En medio de ellas estaba la curandera, la bruja, la matrona que sabía de hierbas y recibía a los recién nacidos. Se dice que estudió en la ciudad, con un médico que le enseñó el oficio y las letras. Esa a la que todos acudían por una fiebre, un mal de tripa o un consejo, y que respondía con la calma de una plegaria torcida: “¿Y por qué aguantarlo? ¿No podemos hacer nada? ¿Cómo es que ellos mandan? ¿Por qué no se rebelan?”

Cuando la conversación llegaba a ese punto, su respuesta era siempre la misma, dicha en voz baja, como polvo que se levanta con el viento: hojas de matamoscas compradas en la única tienda del poblado, un poco de café y pan dulce. Bastaba hervirlas en una olla de barro, esperar el hervor, juntar el polvillo blanco que quedaba en el fondo y mezclarlo con mucha azúcar. Eso lo resolvía todo. Un secreto sin estridencia. Una forma de borrar al hombre sin que nadie notara el cambio, porque enfermaba poco a poco hasta apagarse, como si la muerte viniera sola, en su tiempo.

Los primeros en irse fueron los borrachos violentos. Después, los viejos que se negaban a soltar la herencia. Más tarde, los que regresaban de la ciudad con los ojos vacíos y la rabia metida en los huesos. Y también los tibios, los que aceptaban sin chistar las imposiciones del gobierno, los que se escondían en el aguardiente, incapaces de defender ni su casa ni a los suyos. Porque si algo cansó a las mujeres de ese lugar fue la cobardía. Esa cobardía que dejaba sobre sus hombros el peso de la vida, que volvía a los hombres sombras que huían de sí mismos.

El cementerio comenzó a llenarse de cruces. El viento silbaba entre ellas como un coro apagado. Y las cocinas seguían hirviendo cazuelas con un aroma dulzón, metálico, que nadie reconocía. Las mujeres no hablaban de odio ni mostraban furia: hablaban de hartazgo. Querían descanso. Querían certeza, defensa, hombría, valentía. El veneno no era un crimen: era un suspiro. Era la única rebeldía posible.

Cuando los forasteros llegaron, abrieron la tierra y encontraron lo que todos habían callado: arsénico en los huesos. Un pueblo entero envenenado por el cansancio. La mujer que les había aconsejado no esperó a escuchar sentencia: se bebió la sombra de café y se fue con ella. Las demás quedaron a la intemperie, como cruces vivas en un pueblo vacío.

Y sin embargo, la historia no terminó allí. Porque si uno se sienta aún en la plaza, con el sol rajando las piedras, escucha en el viento una frase repetida, como si viniera de todas esas bocas invisibles:
“¿Y por qué aguantarlo? ¿No podemos hacer nada? ¿Cómo es que ellos mandan? ¿Por qué no se rebelan?”

El eco no juzga. Sólo recuerda. Y recuerda demasiado bien. Porque a veces la historia no es más que eso: un murmullo de mujeres que, en cualquier rincón del país, cuando se hartan de los abusos y de la cobardía frente a la autoridad, inventan su propia salida: una taza humeante de café con pan dulce.

Una historia que siempre puede repetirse. Y replicarse.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

RAYOS Editoriales • 19.8.25

La paradoja turística: más llegadas, menos consumo El turismo en Chiapas vive una paradoja: mientras más visitantes llegan, menos dinero dejan. Las cifras oficiales confirman

RAYOS Editoriales • 18.8.25

Incluir es educar: el reto que asume la UNACH En Chiapas, donde los retos de desigualdad y discriminación siguen marcando la vida de miles de

RAYOS Editoriales • 15.8.25

Chiapas: estabilidad que debe cuidarse En tiempos donde la incertidumbre económica es la constante, recibir la noticia de que Chiapas mantiene su calificación “HR AA-”

RAYOS Editoriales · 14.8.25

El reto del sur: más allá de las cifras de pobreza El último reporte del INEGI vuelve a poner sobre la mesa una realidad que,