RAYOS Editoriales • 8.7.25

La desnutrición infantil, la deuda histórica de Tuxtla

En Chiapas, la infancia sigue siendo rehén de una deuda que el tiempo y la indiferencia han hecho crónica: la malnutrición. Recientes investigaciones revelan que cerca del 20 % de los niños menores de cinco años en Tuxtla Gutiérrez padecen desnutrición crónica, una cifra tan alarmante como inaceptable. Este dato, más que una estadística, representa vidas marcadas por la carencia, infancias con cuerpos que no crecen y mentes que no se desarrollan como deberían. Es, en el fondo, el reflejo más doloroso de la desigualdad.

La malnutrición infantil en nuestra capital no es producto del azar. Es consecuencia directa de la pobreza estructural, de la falta de acceso a agua potable, a servicios básicos de salud, de la carencia de refrigeración en los hogares o de una cocina digna donde preparar alimentos. Pero también responde a patrones culturales que se han ido deformando, donde a falta de información o acceso, algunos niños crecen con refrescos en vez de leche materna, y alimentos ultraprocesados en lugar de frutas, verduras o proteínas esenciales.

En comunidades rurales e indígenas, donde la pobreza se profundiza y el abandono institucional es más evidente, el escenario se agrava. La desnutrición ya no solo es una amenaza para el presente, sino una condena para el futuro. Porque no se trata únicamente de una talla baja o un peso insuficiente: hablamos de cerebros que no se desarrollan con todo su potencial, de estudiantes que no rinden en la escuela, de adultos que serán menos competitivos en un mundo cada vez más exigente.

La respuesta del Estado ha sido tímida, a veces ausente. No bastan los programas asistencialistas si no van acompañados de infraestructura, educación nutricional, acceso real a alimentos de calidad y un enfoque que ponga a la niñez como prioridad absoluta. Mientras eso no ocurra, seguiremos viendo generaciones enteras crecer en desventaja.

La ciudad que presume de modernizarse, de embellecer su imagen, no puede seguir siendo hogar de niños que se duermen con hambre o que acuden a la escuela sin haber desayunado. Tuxtla no será una ciudad verdaderamente desarrollada hasta que no garantice el derecho básico de todo niño: alimentarse bien.

Invertir en la nutrición de la infancia no es un gasto, es la única forma de romper el ciclo de pobreza. Es hora de que las autoridades, la sociedad civil y el sector privado actúen con urgencia. Porque no hay discurso político ni proyecto de infraestructura que valga más que el bienestar de nuestros niños. Porque el futuro de Chiapas —y su dignidad— empieza por su alimentación.

— El Sol de Chiapas

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