A mi Manera, Por Rodrigo Yescas Núñez
Mientras Rosa Icela Rodríguez hablaba —con su habitual tono tecnócrata, ceremonial, casi condescendiente— de la “construcción de la paz” en la Ciudad de México, Ximena Guzmán y Pepe Muñoz eran asesinados. En tiempo real. En la misma ciudad. No en una zona de guerra, no en un territorio lejano del estado: en la capital del país, esa que este gobierno presenta como modelo de seguridad y gobernabilidad.
La contradicción no solo es violenta. Es enloquecedora.
¿Cómo se puede hablar de paz mientras dos jóvenes son ejecutados en plena calle? ¿Desde qué lugar se puede sostener un discurso de armonía cuando la sangre sigue corriendo y las familias siguen llorando?
La respuesta es simple: desde Otrosdatostitlán, esa tierra ficticia donde todo está “relativamente bien”, donde la percepción importa más que la realidad, y donde el poder se siente cómodo ignorando lo que todos los demás ven y viven. Ahí, en ese lugar abstracto, las cifras se acomodan, la narrativa se edita, y la violencia se convierte en un problema menor… siempre y cuando no toque al micrófono.
Pero aquí, en México, Ximena y Pepe ya no están.
Y mientras el gobierno siga hablando de “construcción de paz” como si fuera un proyecto turístico o una campaña de imagen, la violencia seguirá ganando terreno. Porque no se trata solo de la impunidad del crimen, sino de la complicidad de un sistema que prefiere mirar hacia otro lado, repetir frases huecas y administrar la tragedia con comunicados.
Ximena y Pepe no fueron víctimas colaterales. Fueron el resultado de una estrategia fallida, de una política de seguridad que no protege, y de un discurso público que raya en la burla.
Presidenta, si de verdad quiere darle una oportunidad al futuro de México, lo primero que tiene que hacer es mudarse de Otrosdatostitlán. Solo desde la realidad —esa donde matan a jóvenes todos los días— podrá empezar a construir algo que se parezca a la paz. Nos vemos…