Por Rodrigo Yescas Núñez
En Chiapas, ser maestro no es cualquier oficio. Es una mezcla de pedagogía, paciencia infinita y capacidad de sortear caminos de terracería, aulas con techos rotos y pizarrones que ya vivieron más reformas educativas que sexenios. Aquí, enseñar es también resistir.
En Chiapas ser maestro nunca ha sido sencillo. Los maestros chiapanecos no solo enseñan a leer y escribir; también enfrentan escuelas sin luz, salones sin ventilador a 40 grados y aulas multigrado donde una sola persona atiende desde primero hasta sexto. Y aún así, ahí están.
Cada 15 de mayo, desde las altas oficinas se organizan actos solemnes, discursos rebosantes de gratitud y homenajes a los de siempre. Se reparten diplomas y medallas como si con eso se cubrieran los años de carencias y de promesas incumplidas. Se habla de dignificación del magisterio mientras en la Selva y los Altos, miles de maestros siguen dando clases sin internet, sin material didáctico y sin certeza de cuándo les caerá el pago completo.
Dicen por ahí que “sin maestros no hay transformación”, pero basta con voltear a ver al profe Juanito, que lleva 25 años enseñando en una escuelita de la sierra, sin base y cobrando con un talón de cheque que parece hoja de papel de tortilla, para no tener muy claro a qué transformación se refieren.
Y sí, en esta historia también aparece la Coordinadora. Porque en Chiapas, educar es también marchar. Nadie niega que han defendido derechos y levantado la voz cuando ha sido necesario. El problema es cuando la defensa se vuelve costumbre y el plantón permanente, y mientras tanto los alumnos pierden días de clase y las escuelas se quedan vacías. Piden lo de siempre, lo que urge: mejores condiciones, aumento salarial y que ya no los manden a dar clases a rancherías sin señal de teléfono. Y claro, porque somos Chiapas, tampoco falta el maestro que cobra sin ir, pero ese es otro cantar.
Mis letras esta vez son para esos maestros que no marchan, que no toman casetas ni oficinas, pero que sostienen con pura vocación y terquedad este sistema frágil. Ellos no salen en los noticieros, pero sí llegan puntuales a su aula improvisada aunque les deban meses o aunque tengan que comprar de su bolsa los cuadernos de sus alumnos.
Así que este Día del Maestro no es sólo para aplaudir. Es para reconocer a los que enseñan, a los que resisten con dignidad… y también para exigir que las dirigencias sindicales dejen de convertir la lucha magisterial en un negocio político que se olvida, a ratos, de las aulas y de los niños.
Aprovecho para en la víspera del día mandar mis felicitaciones los verdaderos profes, los de a pie, esos que se rifan todos los días en la Costa, Altos y Selva, y siguen enseñando como pueden. A veces sin salario completo, sin materiales, pero con el mismo deseo de que ese chavito que aprendió a leer no termine vendiendo gasolina robada en un retén clandestino.
Porque en este Chiapas, sin maestros comprometidos —y sin sindicatos menos oportunistas—, no hay transformación que alcance, lamentablemente. Así que a seguir educando, que también es resistir, porque vaya que no cualquiera tiene esa coraza. Nos vemos…