A Mi Manera, por Rodrigo Yescas Núñez
Hay reformas mal hechas, otras absurdas, y luego está esta joya del disparate legislativo: una reforma electoral en la que los candidatos no pueden hacer proselitismo. Sí, tal y como se lee. ¿Y entonces qué se supone que estarán eligiendo esos ilusos ciudadanos que decidan salir a votar y legitimar un capricho de un resentido social que le sigue haciendo daño a nuestro país?. Nadie sabe.
Vivimos en el país donde la simulación ya ni se esconde. Ahora resulta que se nos convoca a una elección en la que los candidatos no pueden hablar de sus propuestas, ni de sus trayectorias, ni de sus planes de gobierno. No, lo único que pueden hacer —si es que algún medio les regala cinco minutos porque no hay ni para pagar café— es explicar cómo va a ser la votación. O sea, como si fueran tutoriales: “Hola, soy fulano, no puedo decirte qué haré si gano, pero te explico cómo marcar la boleta sin que se anule”. Diera risa si no fuera tan triste.
Esto no es democracia amigos, es teatro. Y aparte uno mal dirigido. Una elección donde el acto de convencer está prohibido es como una tienda donde no puedes mostrar los productos. “Vota por mí, no te puedo decir por qué, pero confía, soy buena onda.” Por favor. No mamen.
Y como si no fuera suficiente la ridiculez operativa, toda esta farsa se sostiene sobre una legalidad fabricada a martillazos. Una “supremacía constitucional” de papel maché, impuesta en fast track, sin consensos reales, sin deliberación genuina, pero con mucho chantaje, amenazas veladas y presiones descaradas. Fue una reforma cocinada en lo oscuro, entre cuates, con lealtades compradas y silencios forzados, empujada más con miedo que con técnica, más con órdenes que con argumentos.
El resultado es esto: una contienda muda, en la que lo poco que se puede decir es para explicar lo que no se puede hacer. La gente se va a parar frente a una urna sin conocer a los candidatos, sin entender sus proyectos, sin haberlos visto debatir o al menos tropezarse en una entrevista. Y todavía quieren que creamos que esto es un ejercicio democrático.
Lo que tenemos es un triste simulacro de elección. Porque cuando se legisla con el trasero, lo que sale no es una ley, es un chiste. Uno muy caro, muy ineficiente, y sobre todo, muy peligroso.
Spoiler: en esta elección no vas a elegir nada ni nadie porque los ganadores ya están palomeados, solo faltan las votaciones. Nos vemos…