Washington, 29 NOV.-Durante más de medio siglo fue el artífice de la política exterior de Estados Unidos a la que le imprimió su sello. Alternó el rol de negociador fino y moderado con el de matón de barrio, como lo calificaron sus críticos; si buscó, o intentó hallar, la paz en Medio Oriente y en Vietnam, si es verdad que en los años 70 abrió las relaciones americanas con China y de alguna forma puso a ese gigante en el mapa del mundo para contrarrestar la creciente influencia soviética; si en el ya avanzado otoño de su vida hizo exactamente lo contrario, y si también es verdad que se reveló como un estratega que impuso su sello a más de medio siglo de convulsiones políticas, sociales y militares, también es cierto que, en cambio y con un inexplicable desprecio, alentó, avaló, justificó y hasta aplaudió las más violentas y sangrientas dictaduras en América Latina, un continente que puso y dejó en manos de la CIA en aquellos años en los que se dedicó a Vietnam, a China y a los dos Orientes, el cercano y el lejano.
Su muerte, seis meses después de haber cumplido 100 años, fue anunciada la noche de este miércoles por su firma consultora en un escueto comunicado sin mayores detalles: “El Dr. Henry Kissinger, un respetado académico y estadista estadounidense, murió hoy en su residencia en Connecticut”.
Fue hijo dilecto de la familia Rockefeller, que fue la que costeó su carrera universitaria en Harvard, y a la que supo rendir tributo: fue bajo el influjo de Kissinger que Nelson Rockefeller llegó a ser vicepresidente de los Estados Unidos entre 1974 y 1977. Como secretario de Estado, hasta su llegada a ese cargo, fue asesor de Seguridad Nacional del gobierno de Richard Nixon, concibió un mundo equilibrado, pero con Estados Unidos como potencia regente de ese equilibrio; a su modo, ayudó a hacer un poco menos peligrosos y duros los ya de por sí duros años de la Guerra Fría y lidió con la extraña psicología de Richard Nixon, que lo tuvo como mano derecha en los tormentosos años de sus dos presidencias, cortadas al sesgo por el Caso Watergate. Después de dejar la Casa Blanca fue hombre de consulta y de decisión: varios de los presidentes que siguieron a Nixon, en especial los dos Bush, padre e hijo, lo buscaron como guía y hasta como consuelo, Bush hijo, cuando Al Qaeda abatió las Torres Gemelas de New York, el 11 de septiembre de 2001.
Fue el poder detrás del poder, un estadista frío y calculador, de profundos odios personales como el que expresó siempre hacia el socialista chileno Salvador Allende, al que contribuyó a derrocar y que mantuvo aun después de la muerte de Allende en el Palacio de la Moneda en 1973. Tal fue su éxito personal en solventar aquel sangriento golpe que abrió las puertas en Chile a la dictadura de Augusto Pinochet, que a los pocos días de la caída de Allende, Nixon lo hizo secretario de Estado. Pasarán años antes que el tiempo y sus matices borren la huella profunda, y quién sabe si no indeleble, que Kissinger dejó en un país que no lo vio nacer, pero que sin embargo lo hizo uno de sus ciudadanos y políticos predilectos.
Todo lo hizo Henry Kissinger con el aura clandestina de un espía, la discreción reservada de un sacerdote y el sigilo sosegado de un diplomático ávido y calculador. Su centenario, los cumplió el pasado 27 de mayo, estuvo coronado por un retiro discreto. A su cuenta y riesgo, intentó aconsejar, si eso era posible, a Donald Trump. Como un prestidigitador, Kissinger dio vuelta su galera que había favorecido a China en los años 70: si entonces había recurrido a a Mao Tse Tung para alterar el potencial de la URSS en manos de Leonid Brezhnev, en los años de Trump aconsejó acercarse a la Rusia de Vladimir Putin para contrarrestar el creciente poderío económico del gigante chino. Lo que hizo Trump codo a codo con Putin, y sobre todo lo que Putin hizo con Trump, es una realidad que ni el propio Kissinger llegó a imaginar en sus peores pesadillas, o en sus consejos de diplomático florentino que soñaba con los Medici frente a la fatua estridencia de Trump. De todos modos, días antes de cumplir cien años, Kissinger recordó sus años jóvenes: viajó por sorpresa a China y caminó con dificultad, apoyado en un bastón, hacia la mano tendida del pétreo Xi Jinping.
Nació como Heinz Alfred Kissinger en Fürth, Baviera, Alemania, el 27 de mayo de 1923, en una familia de judíos alemanes y en plena descomposición de la experiencia socialista de la República de Weimar, con bandas de extrema derecha y de extrema izquierda que luchaban en las calles, con una abultada deuda externa fruto del Tratado de Versalles que obligaba a Alemania a pagar los gastos de la Primera Guerra Mundial y a los que el país hizo frente con una emisión descontrolada de dinero y con una hiperinflación galopante que derrumbó la economía del país. Entre bambalinas, Adolfo Hitler afilaba sus garras. Cuando Kissinger tenía dos meses de vida, en julio de 1923, el dólar, que costaba 17.972 marcos, pasó a valer 350.000; costaba 1 millón de marcos en agosto, 4 millones a mitad de aquel mes y 160 millones a finales de septiembre.
A sus quince años, ya con Adolfo Hitler encaramado en el poder como canciller del Reich, con el nazismo en pleno apogeo, con la persecución a los judíos amparada por las leyes raciales y con las sombras de otra guerra en el horizonte europeo, los Kissinger se mudaron a Nueva York. El joven Heinz estudió en el City College y se metió de lleno en Harvard para estudiar Ciencias Políticas. Pero en 1943, a sus veinte años, fue reclutado por el Ejército que iba a aprovechar su alemán fluido en la larga batalla por la reconquista de Europa. Además de convertirlo en ciudadano estadounidense, el ejército lo hizo sargento y lo incorporó como uno de sus agentes en los servicios de inteligencia militar.
En 1952 se graduó con una tesis que anticipaba su futuro: “Paz, Legitimidad y Equilibrio”. Permaneció en Harvard como director de Estudios Especiales, un programa inventado por el mismo Kissinger que sustentaba la Rockefeller Brothers Foundations. Su juicio empezó a ser muy valorado y fue el factor que lo convirtió en consultor de varias empresas, entre ellas la gigantesca corporación industrial Rand, proveedora del Ejército americano. En 1955 inició su ascendente carrera política en el Consejo Nacional de Seguridad, el primer escalón hacia la Casa Blanca a la que llegó en 1961, durante la presidencia de John Kennedy. Fue partidario y asesor de la carrera política de Nelson Rockefeller como gobernador de Nueva York y como precandidato a presidente por el partido republicano en 1960, 1964 y 1968.
Nixon lo hizo Consejero de Seguridad Nacional y lo convirtió en su alter ego ni bien asumió como presidente, en enero de 1969. Kissinger unió así en una sola sus dos vocaciones, la seguridad y la diplomacia, y se convirtió en el súper ministro de la administración Nixon. Fue el hombre que sobrevivió a todas las purgas que desató la compleja personalidad del presidente y quien contuvo y administró su constante paranoia, un mal que iba a terminar con su mandato y con su carrera política.