Uno hasta el Fondo, por Gil Gamés ·
Hay una manía que trae a Gil por la calle de la amargura. Apenas amanece y se oyen los trinos de las tórtolas urbanas de cola larga, Gil abandona la cama, da unos pasos y de inmediato toma el celular como si esperara una noticia que le cambiaría la vida. La verdad es que Gamés no espera ninguna noticia, pero allá va, como el metal al imán. Así empieza la monserga desde temprano, que si WhatsApp guarda decenas de mensajes, que si en el Twitter hay revelaciones terribles o chismes, o insultos. Y luego el salto a la prensa digital, que más tarde revisará en papel, con una urgencia enfermiza, como si Putin hubiera soltado la ojiva nuclear.
Eso no es vida. Gil debería despertar y con un café en la mano leer el libro de la semana o el mes, o escribir el capítulo inconcluso de la trama que trae entre manos. Pero los analistas y los terapeutas saben que el toc no se puede vencer a las primeras de cambio. Gilga ha intentado con distintos trucos y autoengaños romper esta manía, pero sin éxito: apagar el celular, dejar el dispositivo en otra habitación. Nada, ahí está Gamés en la pantalla desde el alba. Lo más interesante de estas pequeñas trampas ha sido el olvido: dejarlo por ahí, perdido y con 10 por ciento de batería. Nunca lo hubiera hecho, de inmediato la ansiedad le toma la plaza del cerebro. Un mal día tardó dos horas en encontrar el maldito celular. Lo buscó, le hizo sonidos guturales como si fuera un gato: bishito, bishito, y el móvil ni sus luces. Apareció en un clóset. Por más esfuerzos que hizo, Gilga no recordó cuándo lo puso en ese sitio oscuro. El resto del día pensó que tenía el padecimiento que ha aniquilado al pobre Bruce Willis: demencia frontotemporal. En homenaje al gran Bruce, Gamés verá toda la saga de Duro de matar. Como diría Lenin, autor que se recomienda en las escuelas mexicanas: ¿qué hacer? Se aceptan consejos.
A los gritos
Desde muy temprano, sí, a la hora de la tortola de cola larga, Gil se enteró de que el presidente Liópez estaba hecho un basilisco, furioso contra el Departamento de Estado de Estados Unidos por el informe sobre los derechos humanos en México en el cual se afirma que en el país ocurren ejecuciones extrajudiciales, tortura, corrupción, desaparición forzada y restricción de la libertad de expresión. Y ardió el salón de la mañanera: “No es cierto, están mintiendo, es pura politiquería, con todo respeto, es que es su naturaleza, no quieren abandonar la doctrina Monroe, antes llamado destino manifiesto, entonces se creen el gobierno del mundo y nada más ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.
Liópez se descosió: que si se sienten los gringos muy acá los mamilones de la libertad de expresión, que liberen a Assange; que si Estados Unidos saboteó el ducto que sale de Rusia y recorre Europa; de que si les preocupa la democracia por qué la embajadora de Estados Unidos en Perú actúa como asesora de los golpistas. Y luego para abrir con broche de oro (por qué siempre se cierra, sería mejor abrir con broche de oro), les dijo que su informe era un bodrio. Gil repitió para sus adentros y sus afueras: ¿más mezcla, maistro, o le remojo los adobes?
Del lado de allá
Gil tendría que traer a esta página del fondo, a este tercio para no entrar en tensiones, a Jorge Castañeda para deshacer este tuerto porque Gil se siente un tanto cuanto confundido. Primero Kerry le dice a Liópez en Oaxaca que es un líder sabio, cualquier cosa que esto quiera decir. Luego Liópez Obrador dice que Biden come aparte, pero Vedant Patel, vocero adjunto del Departamento de Estado, afirma que Estados Unidos trae sus problemas, pero no los esconde debajo del tapete; y luego el mismísimo secretario de Estado, Antony Blinken, ha dicho que los cárteles del narcotráfico controlan diversos territorios de México. El golpe se oyó hasta la Patagonia.
Todo es muy raro, caracho, como diría Nietzsche: “La demencia en el individuo es algo raro; en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla”.